sábado, 12 de julio de 2025

Algo se ha tenido que hacer mal

 

 

 


 

 











 

la sombra de un corro de tilos que tiran sus últimos frutos ya secos, en una mañana de un julio exacerbado por el cambio climático, charlan los viejos convocados por la querencia al sentimiento común. Hablan despacio, sin interrumpirse, en un paseo por lo que fue, en un ligero vuelo sobre lo que dio sentido a sus vidas. Apuntan girones de existencia que no esperan respuesta, que no necesitan respuesta, que conocen la respuesta de los afines que les rodean. Los viejos enhebran pespuntes de lo que fue frente a una actualidad que les aplana.

 

—Pues sí, qué duda cabe. La mayor parte de nosotros, los de nuestra edad, procedemos de familias religiosas, más o menos religiosas. Recibimos una educación católica y hemos tenido una experiencia en la fe durante la infancia, pero con el tiempo se nos fueron acumulando las preguntas sin respuesta y las incongruencias. Supongo que, en nuestra adolescencia y juventud, la mera observación del comportamiento del clero para con la dictadura, fue decisiva en la configuración de nuestro pensamiento.

—Lo curioso es que, en ese “despertar” por el que todos, o casi todos, hemos pasado, son pocos los que desembocaron en el ateísmo. A la mayoría el paulatino alejamiento de la religión les fue, o nos fue, llevando a posiciones agnósticas. Siempre me ha llamado la atención el proceso de adaptación o fusión de la primigenia moral cristiana que nos inculcaron, con los principios éticos adquiridos en nuestra “subterránea” formación posterior.

—El ateísmo requiere de una fe casi comparable con la religiosa.

—En los que procedemos de familias no religiosas y perseguidas por la dictadura el proceso fue distinto, claro está. En mi infancia una sotana, un tricornio o un uniforme eran el miedo, símbolos de todo mal. No he conocido esa fe de la que habláis, solo he conocido el miedo al cura, a la camisa azul, al señorito. Me costó trabajo llegar a entender y admitir vuestra indulgencia, esa cierta indulgencia de vuestras posturas para con una Iglesia tan integrada en la dictadura, en la feroz represión.

—quisiera poder explicarme cómo es posible que, entre personas educados en los mismos valores, crecidas en el mismo caldo de cultivo, incluso entre hermanos, puedan surgir tanto un agnóstico militante en la izquierda política como un fascista de rojigualda en la muñeca echando billetes en el cepillo de la misa del domingo.

—Pues no es nada lo que planteas. ¿Los rojos y los fachas nacen o se hacen?

—Creo poder afirmar, porque os conozco, que todos o casi todos nosotros optamos de jóvenes por situarnos al lado de los oprimidos de este mundo. Llegamos a la izquierda como opción tras el análisis del entorno social, no fueron las lecturas las que nos crearon una ideología, pocas lecturas no filtradas tuvimos de jóvenes, los libros, después, pusieron palabras y orden a los sentimientos. Cierto es que mucho nos ayudo la evidente necesidad ética de luchar contra la dictadura y situarse frente a su ideología.

—Pues yo me atrevería a decir que hay una cierta predisposición en los individuos, en su carácter, para situarse a un lado o al otro, pero no soy capaz de analizar el por qué.

—Parece que todos dais por hecho la dificultad o imposibilidad de ser religioso y de izquierda o progresista.

—Imposible no, supongo, difícil sí. De jóvenes conocimos a los curas obreros. En las sacristías ha nacido algún movimiento social progresista que todos conocemos. Pero de controlar y frenar estas aventuras siempre se ha encargado el Vaticano.

—Pues vaya mañana que llevamos. Estos asuntos ya no interesan ni a los arqueólogos.

—Lo que sí parece claro es que, si nos escuchase un jovencito de esos que, hoy en día, reivindican el franquismo, no entendería una palabra.

—Como nosotros no entendemos una palabra de lo que está ocurriendo. Hemos pasado unos años, tras la transición y el ingreso en la Comunidad Europea, convencidos de que han sido los mejores años por los que ha pasado este país. Y de alguna manera orgullosos de ser una generación clave en esos logros. En España es claro que estos logros se derrumban, pero en todo occidente se derrumba lo conseguido tras la Segunda Guerra. Algo se ha tenido que hacer mal.

—Es incomprensible el triunfo de tanto energúmeno. Las barbaridades que tenemos que oír. Es incompresible este tremendo paso atrás de la humanidad. Estoy contigo, algo se ha tenido que hacer mal.

—Pues para no incurrir en más errores propongo continuar con una charla más ligera y con unos chatos de vino delante, aquí mismo, en el kiosco de aquí al lado.

 

Los viejos no tardan en enjuagar con risas la tristeza que les produce la realidad que asoma en los medios de comunicación.