domingo, 25 de octubre de 2020

MÁS

 

 

 


L

eo en la prensa que, en lo que llevamos de año, cincuenta y una personas han muerto y quinientas cincuenta y cuatro han sido heridas por disparos de cazadores. Lo leo en ese periódico de oscuro trasfondo que es El Público, pero el dato es del Ministerio del Interior en respuesta a una pregunta en el Parlamento, digo yo que alguna credibilidad podría tener.  Los prejuicios ─ay los prejuicios─ enseguida, y sin aportación volitiva de servidor, me colocan a los seiscientos y pico entre los ojeadores, los contadores de pétalos de amapola y los miracielos en general. Ni un solo cayetano escopetero, oiga, ni uno solo. Qué malos son los prejuicios. Tan malos que en el subconsciente siempre me han puesto a una parte de los españoles, a una parte, alineados con las miras de los cañones eibarreses. Ay los prejuicios.

Pues si a estos prejuicios, propios de uno mismo, unimos el desquicie de este no salir de casa, los frutos pueden ser tremendos. Me he pasado una nochecita toledana ─que se decía antes─, sudoroso y febril por una bronca que me echaba el señor alcalde de Madrid, apenas reconocible por la mascarilla que le cubría casi entero, y al que había cogido en brazos la vicealcaldesa señora Villacís. Me abroncaba el señor alcalde, arrebujado en el regazo, por haberme metido con la señora presidenta de la CAM, pobre de uno. Y el caso es que las palabras del señor alcalde no parecían salidas de su alma, más bien de su portavocía. Por detrás de la vice y su jefe en colo se contoneaba, rumbosa y guiñadora, la señora presidenta, me pareció que agitada por un palito que movía ese señor del lado oscuro que se llama Miguel Ángel Rodríguez, o algo así, mirando hacia Marbella. Pero no acaba ahí la cosa, cuando creía recuperarme, después de cumplir con requerimientos prostáticos, se me aparece la estremecedora imagen del ínclito pensador señor Monedero ─al final el apellido le va a encajar─, en animada charla, sobre cosas de ellos, con esa prototípica señora amiga suya de piel estirada que sale mucho por la tele y de la que no recuerdo el nombre. Ya fue demasiado. Me fui a la cocina a prepararme una tila de producción propia, sí, que servidor seca las flores y las enfrasca, que con algo hay que entretenerse en el mundo del virus.

Con eso y con contar rollos a los amigos.







  

 

     


viernes, 23 de octubre de 2020

MÁS DE LO MISMO


 

 

 

 




 


El otoño camina. Se terminan los días soleados del veranillo membrillero, este año algo retrasado. La pandemia también camina, aplanadora. El único escape para charlar que tienen los viejos es el ratillo del aperitivo en la terraza de algún bar, y solo algunos días. Lo de pasear será sano, pero hay que hablar.

 ─Pues sí, creo que me está cambiando el carácter, y no es para menos, digo yo. Me he tenido que contener para no mandar a hacer puñetas al tontolaba este. Menos mal que se ha ido. ¿Pues no nos ha dicho que el vino sabía a piedra? ¿Será posible?

─A esquistos cuarcíticos, ha dicho exactamente.

─Más, más, ha afinado más: esquistos cuarcíticos bercianos.

─Sí, eso después de leerse la etiqueta.

─ El gachó se ha pimplado la botella casi entera, él solito. Entre oler con los ojos cerrados y mirar al trasluz nos ha dejado sin vino.

─Sí, se ve que le costaba sacarle el regusto a mineral.

─Y se ha comido el jamón.

─Tú pretendes que te ilustren gratis. ¿Tú te habías dado cuenta de que el vino sabía a piedra? ¿Eh? Pues eso, este señor te abre los ojos a realidades a las que no llegas, y se te bebe el vino a cambio.

─Pero esto no es del virus, estos tontainas vínicos son anteriores, comenzaron hace tiempo con este rollo moderno. Lo que nos ha producido el virus es falta de paciencia para aguantarlos.

─Pues los aquí presentes bien callados nos hemos quedado, y con caras de tonto le hemos oído y hemos visto cómo se bebía el vino y nos dejaba sin tapa. Que no hemos dicho ni mu, vamos.

─Paco, por favor, tráenos otra botellita, que el contertulio ilustrado y volatinero este nos ha dejado secos. No sé si este vinillo sabrá a piedra, pero bueno está, desde luego.

─Siguiendo con los efectos del virus, veo con curiosidad lo que está ocurriendo en ese boletín oficial de la transición que ha sido para todos nosotros El País. No sé si habrá influido la pandemia o serán solo los intereses de los priseros, que todos sabemos en lo que han dado, pero en menos de cuatro meses las definiciones ideológicas que el periódico se atribuye en portada han pasado por:

-        Social Liberalismo

-        Izquierda

-        Liberalismo Progresista

─Que lo compre quien lo entienda. Yo hace tiempo que me rendí. Hoy tenemos alternativas muy dignas.

─Estoy de acuerdo. El problema es que servidor ya se había acostumbrado a leer el periódico en internet, y eso se me ha terminado.

─Hombre, es fácil de entender que los periódicos tienen que vivir de algo, y la publicidad no parece ser suficiente.

─Aun pagando, es un jeroglífico leer el periódico.

─Todo está cambiando muy deprisa.

─O nosotros nos hemos parado…

La charla de los viejos se va enredando en el amarillo de las moreras que enhebran el paseo; amarillo al que hace titilar algún rayo de sol que se escapa entre las nubes. Despacio. Sin prisas para el horror que les anuncian de nuevo.







   


sábado, 17 de octubre de 2020

La noche de la muerte de Luisa Valdueza

 



 

  


a noche de la muerte de Luisa Valdueza terminó en un amanecer, como cualquier otra noche, y el dolor de Adelina se hizo desconcierto. Habían sido muchos días velando la larga agonía de la anciana, y ahora su cerebro no podía asimilar la continuación del mundo al margen de Luisa; se resistía a admitir el absurdo de que todo continuase aparentemente igual, como si nada hubiese ocurrido. El amanecer era un absurdo.  Todo tenía su origen en Luisa, y toda esa potencia ya solo era el diminuto cadáver de una anciana consumida. Presionada por las circunstancias Adelina se atrevió a lo impensable: con mano temblorosa abrió el escritorio de Luisa. Todo estaba dispuesto. Como siempre había sido. Era una serie de sobres blancos, perfectamente colocados tras el teclado del ordenador, con su inconfundible caligrafía, en la tinta azul de su pluma. Las preguntas y las necesidades fueron surgiendo en el mismo orden en que estaban colocados los sobres. Todos tuvieron la instrucción precisa. Como siempre había sido.

Cuando cumplió los doce años, las monjas del hospicio pusieron a Luisa Valdueza a servir en la casa de una maestra jubilada. Al principio pasaba el día en casa de la anciana y regresaba al hospicio a dormir; mas tarde se quedó a vivir con la maestra, acudiendo al hospicio solo cuando era llamada por las monjas. Aquellas mujeres con tocas de enormes alas blancas le habían enseñado a leer y a escribir, a sufrir en silencio y a bordar. De la anciana aprendió los rudimentos que aquellos maestros podían enseñar, pero sobre todo aprendió que era posible la risa y la alegría, y supo de esos otros mundos guardados en los libros. Tenía dieciocho años cuando falleció la maestra. Hizo un hatillo con sus pocas pertenencias y guardó en el seno los escasos dineros que había podido juntar. Las monjas le entregaron una llave y un sobre con algún documento, la herencia de la madre que no conoció, y la encomendaron a Dios.

El alcalde, el párroco, los directores de las cooperativas y hasta el presidente de la comunidad autónoma, se disputaron el cadáver; todos querían organizar y capitalizar el velatorio, y a cada uno paró el oportuno sobre aportado por Adelina. Jesús, el carpintero, llegó con el cajón de pino que tenía preparado. Las mujeres introdujeron el cuerpo envuelto en una sábana y Jesús clavó la tapa. A la mañana siguiente unos muchachos de la escuela de bordado llevaron a hombros el cajón al cementerio, les seguía el pueblo entero. Un pueblo vivo y próspero. Antolín, el sepulturero, tenía abierta la fosa. Con delicadeza, en medio del silencio, fue vertiendo la tierra con la pala.

Era un pueblo atónito, en un páramo desolado medianero con una fértil vega. A Luisa Valdueza no le hizo falta la llave que le habían dado las monjas. Lo que había sido la casa de sus abuelos maternos era una ruina cerrada con un viejo somier, en la que alguien tenía cabras encerradas. En pocos días se puso a la faena. Los vecinos cercanos, viendo el brutal esfuerzo de la mujer, se prestaron a ayudarla. En unos meses la casa era medianamente habitable y el huerto adjunto reverdecía.

Después, Luisa se puso a hacer lo que sabía, lo que le habían enseñado las monjas de las grandes alas: bordar. Comenzó a buscar mercado a sus artesanías en las ferias y tiendas de los pueblos cercanos, y se dio cuenta de que era más hábil en estas funciones que como artesana. Poco a poco, gran parte de las mujeres del pueblo le fueron trayendo sus bordados y encajes para que se los vendiese. Luisa buscó asesoramiento, preguntó, escuchó y llegó a la conclusión de que lo procedente era formar una cooperativa. La compusieron mujeres de los pueblos de un amplio entorno. Con el tiempo pudieron edificar su sede, con talleres, oficinas y una escuela de bordado en la que Luisa logró incorporar a los muchachos, que poco a poco se fueron igualando en número a las chicas. El aumento de la producción obligó a Luisa a buscar otros mercados, lo que la llevó a Francia. La progresiva complicación administrativa y técnica del proceso, con la incorporación de profesionales de muchas disciplinas, aconsejó a Luisa el nombramiento de un director general con formación adecuada, y así se lo propuso al Consejo Rector, que ella presidía. El elegido fue un muchacho del pueblo al que observaba desde hacia años, y al que se había permitido asesorar, tímidamente, en la elección de sus estudios de posgrado.

Al verse con tiempo libre, Luisa Valdueza comenzó a madurar ideas que le rondaban en la cabeza. La importante producción hortícola de la vega del pueblo, tanto en cantidad como en calidad, no dejaba en los labradores beneficio que les permitiese el menor desahogo. Leyó, preguntó, escuchó y llegó a la conclusión de que solo la trasformación de esas materias primas podía añadir valor a su producción. Luisa ya había puesto sus ojos en una joven ingeniera, de un pueblo cercano, que trabajaba de forma más bien precaria para el IRYDA. Habló con ella, le planteó sus ideas y comenzaron a trabajar. El predicamento que Luisa se había ganado con sus convecinos, su tesón y habilidad negociando con la Administración y la brillantez de los proyectos de la joven ingeniera, hicieron posible que un año después la cooperativa de agricultores estuviese construyendo su fábrica de conservas vegetales. Pequeña y humilde en un principio, pero que no dejó de crecer con el tiempo, absorbiendo la producción de una amplia zona.

Fueron años de desmesurado esfuerzo, pero llegó un momento en que las cosas parecían andar solas; las cooperativas crecían y se desarrollaban sin la voluntad de Luisa Valdueza. Ella era consciente de la necesidad de su presencia, pero comenzó a ocuparse un poco de sí misma. Ya no era joven, y estaba cansada. Arregló algo su casa, que estaba casi tal cual quedó en aquellas primeras reparaciones que hizo con sus manos y alguna ayuda de los vecinos. Y compró libros, que era algo que siempre había quedado pendiente, y se asomó a los mundos que le entreabrió la anciana maestra. Y fue envejeciendo en paz, siempre vigilante de su obra, atenta a su gente, sin dejarse tentar por vanidades.

Adelina se ha sentado en el sillón de mimbre de Luisa. Tiene en sus manos el último sobre, el suyo. Lee entre lágrimas las palabras de la anciana con la que ha vivido desde niña; le deja todas sus propiedades: la casa en la que ha muerto y el pequeño huerto anejo, lo que heredó de la madre a la que nunca conoció.  

     

 

 

viernes, 2 de octubre de 2020

...los cóndores llegan.

 

 




 

…los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

 

... Por el Imperio hacia Dios. Certifico y avalo la simpatía que desde el principio ha sentido por la Causa Nacional el antes mencionado, pudiendo pues tener confianza en él. Lo que firmo en el Año de la Victoria. El camarada abona la cuota, correspondiente al mes de la fecha, de Falange Española Tradicionalista y de las Jons. Saludo a Franco ¡Arriba España! El camarada estudiante abona la cuota semestral del Sindicato Español Universitario, por lo cual se le considera en posesión de sus derechos como afiliado. Por Dios, España y su Revolución Nacional Sindicalista. El Jefe de Prensa y Propaganda de Falange Española en el Distrito, con el visto bueno del Delegado de ese Distrito, certifica el encuadre del camarada referenciado. El Delegado Provincial de Falange Española Tradicionalista y de las Jons certifica que el camarada que se cita ha seguido el Plan Intensivo de Formación. El elector emitió su voto en el Referéndum de la Nación al proyecto de ley que fija las normas para la sucesión en la Jefatura del Estado. El elector emitió su voto en el Referéndum sobre la Ley Orgánica del Estado, según certificación expedida por la Mesa Electoral, que podrá ser requerida por la dependencia o empresa donde trabaje el elector. La Junta recaudadora de donativos al Tesoro certifica que el citado ha entregado en el Monte de Piedad y Caja de ahorros de Madrid, en concepto de donativo para la suscripción al Tesoro, las alhajas descritas. El Fondo de papel moneda puesto en circulación por el enemigo certifica que el nombrado, en cumplimiento del Decreto y Orden consignados, ha entregado la cantidad de pesetas nominales que se indica. Salvoconducto a favor del compareciente, para que, sin impedimento alguno, marche a Madrid con el fin de atender asuntos particulares. Suplico a las autoridades no sujetas a mi jurisdicción le den facilidades para la realización de este viaje. El gobernador Civil...


llévame por calles

de hiel y amargura,

y échame en los ojos

un puñao de arena,

mátame de pena,

pero quiéreme

 

 

¡saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la marcha triunfal!…