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a plaza dedicada a Salvador Sánchez “Frascuelo” era, hace
años, el centro vital de la Colonia de
Torrelodones. Y hace más tiempo fue su matriz, pues aquí nació el núcleo
urbano, junto a la estación del tren. Hoy, el bullicio comercial se ha
trasladado más al norte, a la calle Jesusa Lara y alrededores.
Tomémonos hoy los chatos
del aperitivo en el recuerdo de “La Verdad”, la
tasca del torero, aquí, en la plaza que hoy lleva su nombre.
En 1890 Frascuelo se retira de los toros y
marcha a Torrelodones. Tiene
cuarenta y ocho años y muchas cornadas; su vida ha sido una sucesión de
convalecencias por las cornadas. Ya no es el mismo. Frascuelo duda ya de sus fuerzas para enfrentarse a los jijones
retintos que su amigo Vicente Martínez
cría en Colmenar; esas fieras del primer tercio que tantos triunfos le han
dado y que ahora también parecen ir perdiendo casta. Le pesan sus
enfrentamientos con la afición, cómo no, sobre todo las de Madrid y Barcelona,
que siempre le han reprochado —contraponiéndole a Lagartijo— sus inclinaciones
hacia el poder y la realeza; quizás solo sea el reflejo en los toros de las dos
Españas de siempre.
En 1879 Frascuelo compra la finca El Gasco, en Torrelodones, lindante con otra que ya tenía en Galapagar y próxima
a la de su amigo Vicente Martínez.
Según nos cuenta el periodista Florentino
Hernández Guirbal en su libro sobre el torero. Junto a esta finca está el
apeadero del Ferrocarril del Norte, a unos tres kilómetros de Torrelodones y a seis de Galapagar.
Frascuelo
construye una casa junto a la estación, en la que abre un negocio de
ultramarinos y taberna, poniéndole por nombre “La Verdad”. Y en ella pasa sus días de jubilado, alternando con la
caza y las capeas en fincas cercanas. El pueblo, cómo no, hace sus coplas, y
las revistas taurinas sus caricaturas.
Despaché toros sin tino
y ahora, ¡rigor del
destino!
estoy despachando vino
cerca de Torrelodones.
En aquellos años comienza
a formarse, aglutinado por la estación del tren, el núcleo urbano de lo que hoy
es la Colonia de Torrelodones. El
mayor propietario de terrenos, Manuel
Pardo, crea la Colonia Agrícola La
Victoria, que disfruta de los beneficios de colonia rural otorgados por el
Gobierno Civil de Madrid el primero de abril de 1876. Don Manuel vende las parcelas
en las que van surgiendo viviendas de vacaciones de la burguesía madrileña de
la época. Como dato curioso hago mención de una cláusula contractual que Manuel Pardo incluye en la escritura de
venta de unos terrenos, en los últimos años del siglo XIX o los primeros del XX, a Marcelino Capelo, carnicero de
Galapagar: se estipula que el comprador no podrá establecer, sobre el terreno
vendido, negocio de almacén de comestibles o tienda de ultramarinos a menos de
quinientos metros del establecimiento que, por entonces, pertenecía a los
herederos de Don Salvador Sánchez
Povedano (Frascuelo).
Años después, Manuel Pardo vende terrenos al
matrimonio Vergara, don Andrés y
doña Rosario, que inician la construcción de su propia vivienda y veinticuatro
chalets que dedican al alquiler; complementando esta iniciativa con dotaciones
como iglesia y escuela, lo que consolida
definitivamente el núcleo urbano.
Ignoro la fecha de esta
fotografía en la que el establecimiento de Frascuelo
aparece con el nombre de Felipe B. Peláez. Indudablemente tiene que ser
posterior a 1898, año de la muerte del torero. Este Felipe B. Peláez es Felipe Barreiros Peláez, que en 1927
aparece como alcalde de Torrelodones y propietario de una enorme casa y almacén
de ultramarinos junto a la estación. Casa en la que hace años estuvo la
pastelería El Iglú del Abuelo, y que luego fue rehabilitada para viviendas. Parece
que la construcción se debe al aparejador Leovigildo Arroyo Cañibano, y todo
hace pensar que ocupa el espacio en que estuvo el negocio de Frascuelo.
Otro de los pioneros en La
Colonia, junto a Manuel Pardo y Salvador Sánchez, fue Juan Muñoz, que compró la casa en la
que en 1913 se instala la primera central de teléfonos, que atendía su hija. En
1927 es secretario del Ayuntamiento Ángel
Muñoz, hijo de Juan. Por esos años, en la casa de teléfonos, Juan tiene también
un negocio de pastelería y bar.
En estos mis humildes andares
de jubilado por Torrelodones puede haber, y seguramente hay, errores, tanto en
mi interpretación como en las fuentes de información. Quedo abierto y
agradecido a la bondad del lector que quiera sacarme de ellos o ampliar lo
escrito. Uno no es más que un recién llegado.
No estaría mal que alguien
del noble oficio de tabernero tuviese la feliz idea de abrir por estos lares,
otra vez, una tasca con este nombre: “La
Verdad”.
Salud y otros chatitos,
maestro.
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