En el pasado agosto, a uno de mis nietos, el gran Samu,
de cinco años, se le calló su primer incisivo. Fue mucha su alegría por el paso
a protagonista, tras haber sido testigo de las celebraciones por las caídas de
dientes de su hermano. Conocedor de la liturgia a seguir con el ratón Pérez, me
pidió un papel, hizo su dibujo, pegó el diente con celo, y a la noche lo colocó
bajo la almohada. Al despertarse pudo comprobar que el asunto seguía
funcionando, el ratón cumplía.
Por la mañana estaba inquieto y lloroso, preguntando si
alguien había visto una pluma de paloma que encontró en el jardín y se le había
perdido. Hubo que buscarle otra pluma. Me pidió papel y celo y le vi dibujando
y pegando la pluma sobre el papel. A la mañana siguiente solo encontró, bajo la
almohada, una razonada explicación de la específica dedicación de Pérez a los
dientes humanos. Explicación que hubo que traducirle no sé si con mucho éxito.
Limitaciones al pensamiento lógico que la vida nos va imponiendo.
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