Hace unos días ojeaba libros
en la única librería de que disponemos en este guadarrameño pueblo donde
servidor habita. Como no bajo a los madriles, por mor de la condenada pandemia,
me agarro a lo que puedo, que muchas veces es un clavo ardiendo. Veo un libro
de horrenda portada, escrito por aquel señor gallego con aspecto de encargado
de pompas fúnebres y amenazante gancho por nariz que fue D. Wenceslao Fernández
Flórez. Se publicó en Lisboa en 1938 bajo el título de O terror vermelho,
y estaba hasta el momento inédito en español.
El tremendo dibujo de la
cubierta y la traducción del título al castellano, lo hacen realmente
amenazante: El terror rojo. Qué duda cabe de que el rojo es más
terror que el vermelho. No obstante, vencen una vez más la curiosidad y la
imprudencia, y me llevo el libro.
Don Wenceslao describe su
particular visión de aquellos aciagos días, en el Madrid republicano, tras la
sublevación de los militares en 1936, hasta que logra escapar a Portugal y
encontrar refugio bajo el ala de Oliveira Salazar, …un hombre que
tiene el don de conducir pueblos.
No tarda el gallego en dejarnos clara su postura ante los sistemas políticos que tratan de implantarse en España:
…nunca creí en la democracia, que no es más que un sistema que
desconoce absolutamente todas las verdades y entrega su desenvolvimiento al sufragio
de las mayorías…
Tampoco tarda en hacernos
saber su reflexionada opinión sobre los gobernantes de la República:
… Alrededor de ese enfermo
de megalomanía que es Manuel Azaña se agrupaban fracasados que juzgaban llegado
el momento propicio para saciar sus ansias de pillaje…
… Azaña, gordo, fofo,
amarillo de pus…
Algo que parecía de
fundamental importancia para Don Wenceslao, era definir, retratar y dejar claro
el origen social de las hordas asesinas que aterrorizaban la ciudad:
Y, de repente, ese
populacho típico de todas las revoluciones se extendió en Madrid: infrahombres
sucios, de semblante asesino; mujeres-hiena, vociferantes y desgreñadas, que
llevaban en los ojos la alegría de poder matar; jóvenes desaseados, orgullosos
del revólver que habían conseguido robar, para quienes el mayor placer eran las
llamas de los incendios; toda la gentuza que sufre de fealdad física o de fealdad
espiritual; la que lleva las serpientes de la envidia en la debilidad de la
impotencia; la que representa un salto atrás, el salto del aborigen bestial que
da proporcionalmente cada generación, la que no debería haber nacido si la
eugenesia fuese una cosa más que una aspiración humana…
Nada menos.
Hasta el decimonónico himno
de Riego merece las apostillas del gallego:
…Ese abominable himno
de Riego, compendio de grosería, ensucia el alma con su insoportable aire de
polca…
Y la condición de judío,
cómo no, tenía que aflorar.
…Las más feroces
invitaciones al crimen partían de una mujer: la judío alemana Margarita Nelken…
He llegado, esforzado, a la
página cincuenta y cinco de las ciento ochenta y cuatro de esta edición,
cuidada en lo formal. Me doy por vencido; no me siento con fuerzas para más; mando
el librito a tomar viento y busco algo que me acerque más a la vida que los
odios del gallego de la nariz de gancho. No está ya uno para estos trotes.
Don Wenceslao vivió un
cuarto de siglo en el régimen de su admirado general. Tuvo tiempo de
observarlo. No tengo noticia de que su odio al azul de los monos de los
milicianos que mataban se extendiese al azul o al caqui de los que mataron
durante mucho, mucho más tiempo y eficacia.
Se ha logrado bastante de lo
defendido entonces por las pobres, marginales, atrabiliarias figuras y clases
sociales retratadas por el gallego, pero preocupa ver, en nuestros días, la
repetición del discurso del fúnebre personaje en españoles y europeos del
momento.
No recomiendo a nadie la
lectura de este disgusto biográfico. Atiendan a él, por oficio, los
historiadores, si lo creen de interés, y respiremos los demás lo logrado al
margen de los Wenceslaos que siempre han sido… y serán.
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