La
tradición y dogma católico de la Asunción es un tema con enormes posibilidades
expresivas, y así lo atestigua la profusa utilización que los artistas han
hecho de él a través de los tiempos. Supongo que es la faceta amable de un
asunto tan difícil y espinoso para los teólogos como es la resurrección de la
carne. Ahí es nada.
Úrsula,
ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza
de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a
Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante
aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de
los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde
terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los
altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.
Pensemos,
como ejemplo, en uno de los primeros grandes cuadros que el Greco pinta en
España (desgraciadamente se vendió a los yanquis), me refiero a la Asunción
para el retablo de Santo Domingo el Antiguo, en Toledo. Debemos suponer que
durante su estancia en Venecia Doménikos había visto el Ticiano de Santa María
dei Frari, pintado medio siglo antes; parece claro que el cretense se basa en
él, pero me atrevo a asegurar que lo supera, abriendo con esta obra mil caminos
a la pintura posterior, incluida la suya propia.
Pero hay
en nuestro tiempo una asunción de una fuerza plástica excepcional: García
Márquez, durante sus Cien años de soledad, hace ascender a los cielos a
Remedios, la bella.
Quizás deba decir ascensión y no asunción, pues nada se nos
dice de ayudas externas. Y digo que el ascenso es a los cielos porque en nuestra
cultura llamamos cielos al fin de ascensiones y asunciones, como avernos al de
los descensos. La belleza absoluta de Remedios, ajena a las pasiones de los hombres, sube
orlada por el vuelo del blanco de las sábanas escapadas de su natural
cotidianeidad. En el mundo Macondo, el mundo en que nos introduce D. Gabriel,
Remedios, la bella, asciende con naturalidad, como la consecuencia propia de su
condición.
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