jueves, 2 de abril de 2015

Jesús, amigo, tabernero sabio











  





Llevaba un tiempo luchando con esa enfermedad que le asaltó como suelen hacerlo todas: a deshora y a desmano. Y hace unos días, tomando un chato en el Alabardero, Valle me lo dijo: <<se ha muerto Jesús>>. Silencio. Después, la reunión fue creciendo; llegaron Juan Manuel y Lorenzo; y Felipe y Pepe y Juanma; y llegó Daniel, mi querido Daniel, le di un abrazo, se jubila, no podía ir el lunes a su copa; y llegó Roberto y hasta apareció Luis Barros con su mujer, viejecito de bastón, pero casi recién casado. Corrió el vino y las tapas y la risa, como siempre; y hasta entreveramos alguna de las coplas gallegas del barítono Luis:


Ó pasar por Camariñas, por Camariñas, cantando.

As nenas de Camariñas quedan no río, lavando.


Libraba ese día Fernando, el intelectual habanero; y, tras la barra, un muchachote ferrolano choraba su máis ben feitiña terra, y nos ponía vino. Y nosotros quedamos entre las risas y la ausencia.

Creo que el Oriente se me ha quedado un poco a trasmano. Sin la sabia liturgia tabernaria de Jesús parece que al café le crecen los cortinones, las escayolas y los dorados. Servidor, y a los que servidor se arrima, somos de poco oropel, más bien somos de taberna coplera y mandil a rayas verdinegras. En una de estas conocí a Jesús, en la desaparecida Casa Ricardo, en Ópera, junto a la escalinata. Hace un buen cesto de años. Allí me comí unos cuantos platos de alubias con mi maestro Miguel Sanclemente, él me enseñó alguno de los primeros rudimentos del oficio, con su buen hacer y su lenguaje de viejo albañil madrileño: habrá pisao uste jabón… Con dieciséis añitos comencé a trabajar a su lado; a esa edad se aprende mucho.

Estoy entrando en unos años en los que la nostalgia es un peligro acechante. Se acumulan pasados y se acortan porvenires. Jesús, tabernero viejo y avisado, te prometo no mentar dolores en los próximos cien años, y poner tu recuerdo en cada chato que me eche al coleto. Amén, amigo.