lunes, 10 de noviembre de 2014

Palermo






Barroco palermitano





Palermo Imagen parcial de un paseante




Decadencia
El Palermo viejo, junto al mar al que se debe, no se asoma demasiado a él. Sus callejuelas curvas cierran plazuelas en las que hierve la vida. Palacios junto a palacios y frente a palacios ruinosos, mugrientos, divididos en viviendas de vocerío y ropa tendida. Patios de arcadas renacentistas o barrocas donde crecen en desorden enormes ficus, plataneras, jazmines, buganvillas y se amontonan chiscones donde se urden pequeños negocios de todo tipo. Suciedad. Iglesias junto a iglesias y frente a iglesias de desmesura barroca o austeridad medieval. Suciedad. Mugre. Ruinas de abandono en las que se acumula la basura. Ruinas de terremotos. Ruinas, mellas, aún, de los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial. Capillas, imágenes iluminadas en los recovecos de las calles, presencia de una fe religiosa de la que los palermitanos necesitan hacer ostentación pública.


Plaza Garraffello, en la Vucciria

Palermo vive de la curiosidad por el poso de talento y de belleza mestiza que han ido dejando los siglos, los milenios; que ha ido dejando el paso de cruzados hacia Tierra Santa, el paso de musulmanes de Al Ándalus hacia La Meca, el paso de comerciantes de oriente hacia occidente. Poso de la convivencia – mejor o peor según la época -  de árabes, bereberes, judíos, eslavos, persas, turcos, bizantinos, normandos, calabreses, aragoneses, castellanos, venecianos, genoveses…


Fe popular en las calles
Palermo es el color y la vitalidad de sus mercados con la ruidosa cantinela siciliana de los pregones; es las terrazas en que sentarse a descansar la caminata, con un capuchino, un cornetto y el agobio de los esrilanqueses que te ofrecen conectadores USB. Palermo es también la insufrible – para los foráneos -  descortesía y agresividad en el caótico tráfico de coches y motorinos. En esta ciudad, quizás en todo Sicilia, parece haber una norma sobre todas las normas: el incumplimiento de la norma. Hay otro Palermo, naturalmente, el ortogonal y algo menos sucio que se fue creando con la huida de las gentes del centro; pero lo he pateado poco.



Un corazón en el abandono de la Vucciria



Quizás, para entender esta ciudad, para entender Sicilia, sea necesario tratar de conocer algo de su realidad social; saber algo, por ejemplo, del complejo concepto de “familia” como círculo de protección, como contexto de relaciones de consanguinidad, parentesco, alianza, clientelismo, compadraje etc. Estas extensas “familias” mantienen su vigencia en la actualidad paralelamente a otros grupos de “solidaridad”, como el barrio, que es el lugar donde “deben” de hacerse los amigos y los aliados. Cualquier intento de actuación política tiene que contar con la enorme dificultad que de entrada supone esta realidad social. Vivir en un barrio, en un pueblo, trae consigo estar inmerso en este sistema, con todas sus consecuencias.



Heridas de terremoto




Otra de las preguntas que nos hacemos al caminar por Palermo es la razón de tan evidentes esplendores pasados y el porqué de su posterior decadencia. Nos preguntamos de donde salieron los dineros para tanto palacio, tanta iglesia, tanto boato que nos habla del ancestral gusto por aparentar de los palermitanos. Las grandes “familias” comienzan a formarse en la antigüedad con el comercio de los abundantes excedentes agrícolas de la isla. Estos grupos van consolidando su poder económico en las ciudades, pues parece que en Sicilia nunca se ha querido vivir en el campo. Paralelamente a la acumulación de tierra van acaparando poder político y nuevos métodos de enriquecimiento mediante las concesiones y gabelas obtenidas de la realeza. Entre ellas estaba la Corsa, actividad rentabilísima y legal consistente en la leva de naves con “patente de corso,” es decir, el derecho de apresar y saquear cualquier barco considerado enemigo. Otro privilegio concedido a estas “familias” era la Tonnara, consistente en la explotación de las almadrabas y la comercialización del atún. Los derechos de aprovechamiento de las salinas fueron también importante fuente de caudales. Gabelas de menor importancia, y también de concesión real, fueron las de mataderos de animales, almacenes en puertos etc.




Vía Santa Teresa




Decadencia
Las “familias,” acaparado el poder político y el económico, compran los títulos nobiliarios que adornen sus apellidos y los blasones que enseñoreen sus palacios. La religión es parte sustancial de la vida cotidiana, y los poderosos hacen de ella un uso instrumental. La asistencia social es asunto privado, y hospitales, asilos y orfanatos dependen de las órdenes religiosas que son financiadas por las “familias.” La caridad, el agradecimiento, consolida el poder del grupo. El mismo afán de competir en la suntuosidad de sus palacios, lo ponen en sus fundaciones de iglesias, conventos y centros de caridad.


Gótico del periodo aragonés. Santa Maria della Catena


A mediados del siglo XIX el confuso Risorgimento cambia las cosas. En Sicilia no del todo. Ha cambiado algo el medio en el que actuar y las posibilidades de negocio, pero las formas de organización social y de acaparar poder y dinero perduran en gran manera y se adaptan a las nuevas circunstancias. Y el Estado choca con esos poderes paralelos que no controla.
Los palermitanos gustan de decir que sus defectos son los heredados del periodo español. Supongo banal entrar a considerar tamaña afirmación. Me limito a constatar la belleza, las líneas limpias de ese gótico precioso del periodo aragonés.



Pupi palermitano
Pupi palermitano


















Plaza Magione
 Palermo es el Mediterráneo. Es la fecundidad del mestizaje. Ahí están Monreale y la Capilla Palatina para seguir enseñando caminos a la humanidad. Yo paseo Palermo. Disfruto Palermo. Trato de entender esta ciudad que está entre la belleza de La Anunziata de Antonello da Messina y ese "museo" de los horrores de los frailes capuchinos (al que, por supuesto, no he ido). 




Líneas



Vucciria


















Decadencia




Herida de la Segunda Guerra Mundial




































3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Buena crónica y buen reportaje visual, dan ganas -aún más- de conocer esa ciudad aparte. La foto "Decadencia" de la portada ruinosa es excelente, dan ganas de pintarla. :-)

    Por polemizar: no habría que despachar tan pronto lo de la (mala) herencia española, herencia que se reproducirá, maximizada, en las Américas. Tanto como esa herencia, a su vez, deberá mucho a otros: romanos, godos, árabes, cristianos... Aunque también es cierto que en los países mediterráneos (quitando la monolítica Francia) se repite esa tendencia al caos, la suciedad, el ruido, la ostentación...

    Un abrazo

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  3. He supuesto banal analizar los males heredados de los españoles por los sicilianos por la evidente dificultad de llegar a conclusiones ante un problema tan complejo. En el terreno de los sentimientos todo vale, y más si se trata de encontrar culpables de nuestros problemas o limitaciones. Lo evidente es que se hace difícil encontrar paralelismos entre el comportamiento ciudadano de las gentes de Palermo y Nápoles con las de cualquier ciudad aragonesa o catalana.
    Sí, supongo que a primera vista podemos encontrar rasgos comunes en la forma de ser y comportarse de los mediterráneos, pero a nada que rasquemos aparecen diferencias de importancia.
    En Nápoles los turistas cambian impresiones en lugares tan frecuentados como las comisarías, a las que acuden tras ser robados. Parece opinión bastante extendida – entre los europeos cultos y robados - que vale la pena soportar a los actuales napolitanos por disfrutar del inmenso talento para la belleza que demostraron sus ancestros.
    Otro asunto complejo – que apuntas - es el de la herencia dejada en América. Difícil deslindar los distintos posos en el alma de estas gentes. Me siento muy cercano a las culturas hispanas de América; pero pienso que, en realidad, los españoles nos parecemos más a cualquier europeo del norte que a un caribeño. Los godos no pasaron en vano.
    Entre mis pocas creencias, ya sabes, está el mestizaje. Es la única esperanza para pamplinas de este tipo. Quedan aún asuntos separadores, como la religión, para la que no sé de antídotos.
    Ve a Palermo, aunque te atropellen. Ve a Nápoles, aunque te roben. Son muestrarios de lo interesante que han sabido hacer los humanos de otras generaciones. Mediterráneos ellos. Nórdicos ellos. Pero allí. Mezclados.
    Abrazo

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