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s pronto
y para hacer tiempo entra en la librería de El Corte Inglés. Camina entre los
anaqueles repletos de libros de tapas
coloridas y brillantes, expuestos como en las fruterías esas
inmaculadas manzanas de hoy en día procedentes de sitios inverosímiles, esas naranjas relucientes, esos tomates perfectos o esas preciosas y enormes ciruelas
modernas que no saben a ciruela y nos hacen imaginar apaños genético-económicos
que se nos antojan contranaturales. Va leyendo títulos que le suenan a ganchos
publicitarios y nombres de autores que no conoce. Lee alguna reseña, alguna
nota biográfica y se cansa pronto. Piensa que estas librerías son solo para
venir a tiro hecho, pedir pagar y marcharse. No sirven para mirar y hurgar con
la esperanza de una posible sorpresa, de un libro inesperado. Estas librerías
no sirven para entretenerse, no hay ni la posibilidad de charlar con el
librero.
Regresa
a Sol y camina hacia Arenal. Atraviesa ese escenario de la España empobrecida:
emigrantes de la América hispana buscándose la vida embutidos en torpes
disfraces; mimos de un mal gusto hiriente; gitanas rumanas - mugre y miseria - atentas
al descuido del turista; hombres con chalecos reflectantes que salen al paso e
interrumpen el caminar de la gente tratando de encauzar la necesidad hacia los
negocios de compraventa de oro; mariachis mejicanos; orquestillas de búlgaros;
vendedoras de lotería; manifestantes despedidos de alguna empresa acogida a las facilidades que da el gobierno; antidisturbios mal encarados tras
parapetos de vallas frente a la triste memoria de la Dirección General de
Seguridad; relucientes africanos del top manta; parejas de guardias sobre
esplendidos caballos; jovencitos presos de la moda que les une a la tribu, como
ese que intenta correr y se lo impide el pantalón ceñido por debajo de los
glúteos; isidros de siempre; grupos del extrarradio madrileño que se citan en
esta plaza de todas las citas. Una puesta al día de las imágenes de D. Ramón
María y de Gómez de la Serna.
Desde
Arenal sube por la plaza de Celenque a la calle del Maestro Victoria, pasa ante
el campamento de los estafados por Bankia y entra en La Casa del Libro, en la
hoy casa de los aparejadores, casa con ecos de aquella calle de los Capellanes de
las Descalzas con la panadería Viena y la imagen joven del viejo Don Pío. Pasa
de tapas coloridas y brillantes y va directamente a la señorita del ordenador con
los datos del libro que busca bien apuntados. Le dicen que está agotado, que lo tienen en Gran Vía,
pero le da pereza subir.
Sin
perderse los escaparates de Luis Bardón baja otra vez a Arenal y ojea los
tableros de San Ginés. Como dice Juan Manuel ya no se encuentra nada. No
obstante se lleva algo que le resulta curioso: un pequeño folletín de Rafael Pérez y Pérez;
algo más para ser amontonado y no leído.
La mendicidad a la puerta de la iglesia es un retorno a la organización jerárquica del atrio de San Sebastián, en la Misericordia de D. Benito. En el interior del templo - bien restaurado y mantenido - disfruta del silencio.
La mendicidad a la puerta de la iglesia es un retorno a la organización jerárquica del atrio de San Sebastián, en la Misericordia de D. Benito. En el interior del templo - bien restaurado y mantenido - disfruta del silencio.
Entra
en la plaza de Oriente por la calle de Carlos III, esquiva al enervante
violinista de las prisas que se aposta en una puerta del teatro, se detiene un
momento para oír el acordeón del búlgaro del sombrero blanco, charla un rato con Jesús
en el portal del número tres y entra en el café.
Los amigos ya han llegado.
Relato cinematográfico con una necesaria y reivindicativa carga costumbrista. Sensibilidad y oficio.Excelente.!
ResponderEliminarMuchas gracias, maestra.
ResponderEliminarA ti: MAESTRO!
EliminarQué buen día el de este señor, sobre todo si aún quedaban parrochitas en El Ñeru.
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