martes, 24 de mayo de 2016

El caballo de cartón












La sorpresa nos paraliza. Ha desaparecido el cartel. En su lugar destella un genitivo sajón. La música que sale a la calle aturde y araña. Derrengado en una jamba de la entrada, capucha, pantalones ceñidos a los muslos, apurando una colilla que le quema los dedos, un joven ya anciano:
-Pos tíos que sa jubilao el viejo, y habrá que poner esto al día. Digo yo ¿no?
La calle Apartealguna fue cuesta desasosegante por lo pina y por la carencia de portales, tiendas y gentes que distrajesen la subida. La única vida provenía de las corralas que a ella se abrían y a las que se accedía por las calles paralelas; vida en olores, risas y coplas escapando entre las largas, multicolores cuerdas de la ropa tendida. La sorna popular puso nombre a la costanilla por lo inútil de ascenderla, pues a ningún sitio conducía que no fuese un portillo en la tapia de la huerta de Las Claras, que cerraba la calle. He dicho conducía porque todo cambió cuando Ezequiel Alonso (el Guapo de Apartealguna, cuando no estaba presente) instaló su taberna, El Caballo de Cartón, en un solar que tenían las monjas adosado a las tapias del convento, al final de la calle, donde quedaban los restos de una construcción con bóvedas medievales. Ezequiel llamó así a su taberna por su afición a fabricar estos juguetes; los hacía en unas dependencias que construyó tras la taberna, y que fueron creciendo según aumentó la demanda y él amplió la oferta con peponas, cabezas de gigantes y cabezudos, caretas y otras posibilidades del cartón. 
Ezequiel había nacido en la vecina calle del Ancla, al inicio de los años treinta del siglo XIX; era hijo de Josefa Laguna (Pepa la Bella para todo el mundo), planchadora, y de Melquiades Alonso, herrador en las caballerizas del Palacio de Oriente.

En las coplas del ciego de la ca del Agua -monocordes salmodias del pueblo llano- anda ya el nombre de la Bella Pepa.

Ezequiel fue un niño guapo y un joven siempre rodeado de mozuelas. Realizó sin dificultades los estudios primarios y continuó su formación con las clases de un capellán de las Claras, que contaba a los padres maravillas sobre las capacidades del muchacho.  Cuando entre las habituales polillas revoloteadoras el  padre vio alguna ya no tan moza, se preocupó, y decidió sacar al gallardo jovencito del escaparate de la calle, encauzándole en alguna actividad con la que pudiera ganarse la vida.

Las coplas del ciego de la ca del Agua hablan por tabernas y por los garitos del Guapo retoño de la Bella Pepa.

Las amistades de Melquiades en la Real Casa le permitieron acoplar al hijo en el Cuerpo de Alabarderos, lo que fue aceptado de buen grado por el mozo. Su cerebro despierto y su galanura -en oficio tan de ornato- le fueron facilitando el ascenso en el escalafón. A los veintipocos años ya era suboficial, estaba considerado y seguía subiendo peldaños.
El aguijón del ciego de la calle del Agua hirió a Melquiades antes de que le llegasen sospechas o noticias. Pocos días después tuvo ya que asentar su manaza en la cara de algún compañero imprudente.

Ni la más gallarda alabardería –dicen las coplas del ciego– remedia que el fruto del Real Vientre sea otra vez cadáver a los pocos días.

Los años siguientes son duros para Pepa y Melquiades. Llega un momento que no pueden soportar más coplas y regresan a su pueblo, en Asturias, donde Melquiades puede hacerse cargo de la fragua que deja su padre, ya anciano.
Ezequiel se casa con una doncella de Palacio; abre su taberna bajo las bóvedas, en las ruinas góticas del solar de las monjas; deja los alabarderos y entre chatos de vino y caballos de cartón pasa su vida. El problema de las habladurías lo resuelve el primer día en que el vino hace hablar de más a un paisano; el mozarrón lo levanta en vilo y lo cuelga por el cuello de la levita en un gancho de la pared, dejando al infeliz toda la tarde como pataleante cuadro al que la clientela brinda sus tragos entre risotadas; teniendo Ezequiel, eso sí, la caridad de atizarle una torta de vez en cuando para acallar los berridos.

Las coplas del ciego de la ca del Agua cantan el vinillo de la tasca el Guapo de ca Apartealguna.

Ya no hay Guapo en Apartealguna, ni Caballo de Cartón, ni donde tomar un chato, ni ciego en la calle del Agua que de esto nos haga copla.