Cecilia Juárez Las Fontanillas
Oleo sobre cartón 9x6 cm. Años cincuenta del siglo XX
A
Longinos de la Huerga exprofesor de lengua y literatura en Madrid le sobrevino la
vejez en una mañana de abril mientras
paseaba su jubilación recién estrenada por los alrededores de su pueblo natal
disfrutando de paisajes añorados que ya solo existían en su memoria tendemos a
ir postergando la vida dejando las cosas que más nos interesan para otro tiempo
en que nos atosigue menos el día a día y así vamos llenando un baúl de asuntos
pendientes que quizás sea el contenedor de la esperanza que nos mantiene y esperamos el momento en que poder hacer esto escribir eso investigar aquello o ir
allí y ese futuro nunca deja de serlo a Longinos en los escenarios de la
infancia se le abren los ojos de repente y ve con claridad que ya no hará esto
ni escribirá eso ni investigará aquello ni irá allí sencillamente porque ya no
dispone del entusiasmo ni de las fuerzas necesarias que hasta el paseo diario
le desasosiega si se prolonga demasiado y tiene que apresurarse al cobijo de su
mujer y de su casa y sus ojos repentinamente abiertos ven un impensado paisaje nuevo un paisaje triste
de tapias arruinadas que regresan a la tierra de muros de ladrillo sin revestir
de uralitas escombros y cochambre un paisaje cruzado por muchachitos
vociferantes de una grosería hiriente un paisaje inesperado sobrepuesto al siempre recordado de la infancia Longinos no siente exactamente pena ni
angustia ante la consciencia de la evidencia hasta entonces oculta siente solo
una ligera desazón que le impulsa hacia su casa mientras piensa en el material
cuidadosamente guardado clasificado recopilado durante años para trabajar cuando se jubilase y que ahora a nadie servirá a nadie interesará al llegar a casa
Longinos se sienta en su sillón de mimbre frente a la mesa camilla junto a la
ventana que se asoma al patio de la glicina al lado de su mujer que teje y le cuenta
lo que ha preparado para comer Longinos recuerda a su padre anciano sentado en
el sillón que ahora ocupa él le recuerda silente con la mirada en la ventana
del patio y el pensamiento en las tierras abandonadas que él ya no puede
trabajar y tampoco el hijo que eligió los libros Longinos siente ahora aquella
mirada antigua y silenciosa de su padre Longinos tiene una sensación que no es
tristeza pero está lejos de la alegría y piensa que en realidad ya solo le
preocupa ese dolorcillo del costado y que le asusta la pérdida de memoria de su
mujer y encontrarla a veces con la vista perdida y una enorme interrogación en
el rostro.
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Buenos días:
ResponderEliminarComo de costumbre, me ha gustado mucho. Pienso que es el devenir de todos, en un futuro no muy lejano...de aquellos que un día decidimos abandonar la senda de los progenitores y, de repente, compruebas que no hay raíces que te sustenten y que, cualquier soplo de la vida, cualquier recuerdo, te parece más real que lo vivido.
Un saludo cordial.
Gracias, amigo.
ResponderEliminarUn abrazo