lunes, 4 de diciembre de 2017

Arrugas











Hacía tiempo que no me pasaba; anoche, una película me dejó clavado en la butaca sin poder apartar los ojos de la televisión. Y era una película española, y de dibujos. No la había visto. Consiguieron esto Paco Roca e Ignacio Ferreras con Arrugas.
Hace unos años, poco después del estreno de esta película, me tocó vivir una experiencia que me ha dejado una "rozadura" que supongo ya difícil de cicatrizar del todo. Nunca antes había tenido contacto con una residencia de ancianos. Tras mis primeras visitas a un familiar allí "instalado," escribí en este blog:


Si pudiese escribiría, pero la niebla se extiende por mi cerebro y me inutiliza, creando cortocircuitos que confunden mi memoria y alteran las respuestas de mi cuerpo y me desorientan. Esta niebla que se retira a ratos para hacerme consciente de mi situación y que regresa pronto para no dejarme escribir ni leer ni pensar. Y está la angustia, esta angustia que no me suelta, que tengo aferrada a la garganta desde el momento en que me metieron aquí, y me sentaron en este expositor con los distintos modelos de agonía y demencia y abandono; con este olor este olor este olor. Los vi marcharse en un momento en que la niebla solo me dejaba preguntar por qué, por qué, por qué. Crucé la puerta arrastrando la náusea en imposible escape, y en un árbol cercano vomité todo menos este olor, este olor. Sentí una mano en mi espalda y alguien que me decía nuevo ¿eh? lo peor es el olor, sí, yo pensé que no podría soportarlo y ya ves, llevo aquí más de un año. Te acostumbras. Lo que no se puede es pensar, aquí no se puede pensar, hay que aprender a no pensar, este no es sitio para pensar ni esperar nada, no es sitio para esperar. Sí, si pudiese escribiría, sí, escribiría. Me cuidaban en mi casa aquellas personas humildes. Me cuidaban en mi casa entre mis libros, mis papeles, mis cuadros, mis fotos, mis tonterías de viejo senil. Qué cruel anticipo de la muerte. Quizás sea ya la muerte esta prisa, esta profesionalización, esta manipulación de ruinas desgajadas de su mundo. Y algo de bondad de vez en cuando, como en todas partes, algo de bondad. Pero hay cosas que solo se soportan endureciendo el alma y con un rictus de amabilidad para el viejoniño,  el imbécil, el niñoimbécil. Quizás  si pudiese escribiría. Si la niebla me dejase escribiría. Aunque a veces me parece que deseo la niebla, la niebla. Y no recordar, y no saber, y no preguntarme, y no esperar, dejar que la niebla me inunde, no resistirme, no hay resistencia posible a este horror.



Anoche, con la película,  volví a visitar aquella residencia.

La sociedad de nuestro tiempo tiene un problema antes inexistente: los viejos. No se sabe qué hacer con los viejos; no hay tiempo para cuidarlos ni para soportarlos. No tienen sitio en la familia ni en la sociedad.  Y también está, en muchos casos, como no, lo peor de nuestra condición: el simple, eterno y brutal egoísmo de hacerse con los bienes de quienes se resisten a la muerte.

Que no nos toque.




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