martes, 8 de enero de 2013

El balcón de San Lorenzo

 

Enmarcan el balcón carcomidos cercos y entramados de pino de las laderas norte del Guadarrama. Desde él puede verse el nítido dibujo de los ábsides de miel de San Lorenzo, y alzándose tras ellos el mudéjar de la torre, cuadrada y sólida, recortando en el azul su geometría dulcificada por el tiempo que desploma rigideces. El claustro es remanso para la charla, en el lento fluir de la salida de la misa dominical. La puerta de los pies del templo tiene toda la misteriosa fragancia del mudéjar, de lo bizantino, de la desconocida mezcla de saberes antiguos de que gozan los pueblos viejos y mestizos. A la izquierda, el dintel de otra puerta señala la alhóndiga del pan de los pobres. Las arcadas recortan las fachadas de las casas que abrazan el templo en todo su redor. Son casas humildes, que han guardado sus formas desde tiempos medievales. Revocos y ladrillos encuadrados en los palos de los entramados. Las plantas altas vuelan sobre dobles canes, sobresaliendo del plano de los accesos, formados por arcos de piedra o ladrillo o por potentes dinteles berroqueños con su luz aliviada por las ménsulas que rematan las jambas. Y en ellos, grabado, algún signo de identidad de sus dueños pecheros, allí donde los hidalgos ponen sus escudos. Y el patrón del barrio, ahí, en un capitel de los ábsides, consumido ya, en la parrilla del martirio.
Desde el balcón se ha visto pasar el tiempo por San Lorenzo. Los modos y las modas. Tiempos mejores y peores. Ahora han dado en restaurar la iglesia, tapando, quizás en demasía, los mellados de los siglos. Han lavado la cara a las casas, solo la cara. Los turistas son muy sensibles, necesitan que todo esté muy arregladito. Todo lo que se ve.
Sobre los tejados de San Lorenzo se perfila la corona de las torres de Segovia…

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