Se perdió la verja que circundaba el sucesivo abrazo de tus ábsides, y hoy la
ciudad llega a tus zócalos. Sin embargo, estás más lejos, tu incardinación ya
no es la que vemos en esta vieja imagen: los aleros que hacia ti se proyectan,
los balcones y los pórticos en torno a tus formas medievales componen una
sinfonía de belleza cotidiana y doméstica, un todo armónico que se ha perdido.
Hoy eres una belleza sofisticada, mantenida por azar, una isla en un mar
indiferente a tu condición.
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