En
Casa Tomás se cumplía a rajatabla aquello de “abro cuando llego y cierro cuando
me voy.” El horario era el mínimo imprescindible para recaudar lo poco que
necesitaban los dos hermanos propietarios, que oficiaban con vieja maestría.
Tomás,
erudito estudioso de la historia, podía amenizarte el chato con una charla
sobre el terrible peregrinaje por la península de los moriscos granadinos, dispersados
y expulsados de sus casas en tiempos del segundo Felipe, tras las sublevaciones de
1568; o cualquier otro tema que tuviese entre manos en ese momento, y estudiase
en cualquier archivo.
La
gracia de Casa Tomás, como en tantos otros sitios, radicaba en los taberneros.
Hoy, el local de la madrileña calle Tabernillas está ocupado por una franquicia
aún sin alma.
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