Sombras de la
pequeña historia, mil veces escuchada, mil veces trasformada. Sombras corpóreas en la ropa de las perchas o de las arcas,
en las fotos de las paredes. Rumores, roces de esas sombras en las estancias del recuerdo y el ritual de permanencia. Rojo de la malva en el acero del abejorro azul.
Tarde lenta. Polvo de era. Canjilón de noria. Flor de sepias del jilguero
de vuelo sincopado. Regusto a barro en el eco del cántaro, en el agua de la
negra hondura. Olores de cocina, ritual
de las mujeres sabias que curan la soledad y el miedo. Humo que tiñe al barro y
asciende lento sobre las tejas cobijo de pardales, sobre el paisaje, sobre la
vida de los hombres. Humo de la vida de los hombres. Campanas. Campanas.
Sombras. Bisbiseos de mínimas ancianas, negros envoltorios de extenuados
nervios, cuentas de rosario. Titilante
sombra del chopo sobre la charca quieta. Sombra del niño entre los
juncos, al acecho, en el estridente silencio de la solanera. Lluvia
en la ventana del jazmín y la nostalgia. Rojo de la tierra que tiñe al
tiempo en las costras de cal, en los añiles y las almagras. Oro del resol en los
trullados. Solo sombras.
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