jueves, 10 de enero de 2013

Quod natura non dat...



Leo en El País: “los arquitectos españoles están en pie de guerra.” Y la noticia me sabe rancia, por tan repetida a lo largo del tiempo. A diferencia de Aureliano Buendía, que promovió treinta y dos guerras y las perdió todas, los arquitectos españoles han ganado todas las suyas, promovidas por quien hayan sido promovidas. Y las han ganado al margen de razones o sinrazones; las han ganado porque su potente corporativismo funciona, al estar – al menos hasta ahora –bien engrasado de cuartos y por ende de poder. Creo conocer algo el paño y me atrevo a presagiar que esta también la ganarán, no permitirán que se reparta su pastel. Más estando quien está en el poder.

Tengo la impresión de que los redactores del proyecto de Ley de Servicios Profesionales - al menos en el asunto que trato – han oído campanas, pero no han terminado de localizarlas. Es evidente y vieja la necesidad de ordenar la realidad de los intervinientes en el proceso constructivo. Las últimas esperanzas se pusieron en la redacción de la Ley de Ordenación de la Edificación, vigente desde 1999, y que resultó frustrante, como lo será esta que ahora se proyecta. En el proceso de redacción de un  proyecto de edificación residencial – por ejemplo - y de la posterior realización de la obra, intervienen de hecho profesionales formados en muchas ramas de las enseñanzas técnicas. Sin embargo, solo un arquitecto puede firmar el proyecto y la dirección de obra. Las estructuras y las instalaciones, generalmente, son proyectadas y dimensionadas por otros técnicos, que no pueden firmar su autoría. Este es el asunto: repartir la firma, las responsabilidades, y por tanto los dineros, entre los técnicos realmente sabedores e intervinientes en las distintas facetas del proceso. Lo que propone el proyecto de ley es ampliar la posibilidad de que otros facultativos puedan actuar con exclusividad de firma, lo que evidentemente no da soluciones al problema.

Las razones de oposición a la ley, esgrimidas por los representantes de las organizaciones corporativas de los arquitectos, son las de siempre, aburridas y repetitivas. Ellos son los únicos capacitados para responder a las necesidades de las personas, ellos son los únicos capaces de sintetizar variables funcionales, culturales, sociológicas y – claro está – ESTÉTICAS. Aquí tienen que llegar siempre, y aquí, yo, me permito el latinajo: quod natura non dat, Salmantica non prestat. ¿En qué son superiores sus diseños, desde la estética esgrimida, a los de un automóvil o un puente, por ejemplo? Seguramente, solo, en la palabrería vana que los acompaña.

  

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