La
azulejería de los comercios es parte fundamental de la imagen de lo madrileño que guardamos
los que ya tenemos algunos añitos. Asociamos el recuerdo de hueverías,
ultramarinos, vaquerías, tabernas, verdulerías, barberías, boticas, pescaderías
y otros establecimientos al uso, con los paneles cerámicos que ornaban sus
fachadas y componían sus rótulos. Algunas firmas comerciales también encargaban
su publicidad a los maestros azulejeros, para que luciesen en las estaciones
del Metro, en algunas fachadas, o en el interior de concurridos locales de
negocio. (Tal es el caso de los estupendos anuncios de bodegas que cubrían las
paredes de Los Gabrieles. Digo cubrían por no saber qué habrá sido de ellos
durante la rehabilitación del edificio y el local en que se encuentran o encontraban).
De
los años veinte del siglo pasado nos quedan algunas muestras de pintura de
azulejos de gran calidad. Es el tiempo de los azulejeros Enrique Guijo, Juan Ruiz de Luna,
Alfonso Romero Mesa, Marcelino Domingo, Carlos González y muchos otros. Pero cada día quedan
menos. Se destruyen o se tapan cuando el local se dedica a actividad distinta
de la anunciada por la cerámica, son pintarrajeadas por los jóvenes “escritores,”
o se pierden al derribar el edificio. Teóricamente, muchas de estas fachadas están protegidos por la
ordenación urbanística, pero esta suele ser protección de poco alcance.
Disfrutemos
mientras tanto de lo que queda; y los jóvenes, si quieren y pueden, que hagan
algo por conservar lo que es digno de ello, si así lo consideran. Estos son algunos ejemplos de lo que todavía se puede ver en Madrid.
Desde mi madrileñismo "reciente" (hace más de tres décadas que llegué a este poblacho y aún me huele a expectación y novedad), la azulejería de los comercios tradicionales es de lo que más me gusta y también la he fotografiado bastante. Y creo que le gusta a mucha gente, y podría convertirse en un valor, además de patrimonial, turístico, con un poco de cuidado hoy inexistente. Sin recurrir al tópico "si ésto estuviera en París, otra cosa sería".
ResponderEliminarTengo la suerte de cortarme el cabello en la peluquería de la calle Santa Isabel (la penúltima foto de éstas de Pedro). Por ello conozco su desprotección de facto, de boca del propietario. Durante la reciente "restauración" (el habitual lavado de cara) de la fachada, intentaron obtener algún tipo de ayuda municipal: la respuesta fue que lo hicieran por su cuenta.
Si esto se hace con uno de los mejores ejemplos del azulejo madrileño, qué será de los demás... Cerca, en la calle Torrecilla del Leal, están los de una antigua pescadería (fotos de Pedro, hacia el medio): yo mismo hube de afear a un comerciante malencarado, a riesgo de pasar a las manos, cuando subido a una escalera pintarrajeaba de negro (¡!) el frontis superior de azulejo para poner el nombre de su tienducha. El comercio quebró, claro, pero los azulejos renegridos ahí siguen.
Gracias por el reportaje, Pedro. Pero como tantas cosas en las Españas, repasar nuestro patrimonio también es llorar.
Pudiera ser que la jubilación, como dicen de los sacramentos, imprima carisma, y se comiencen a ver las cosas desde otro lado. En lo que respecta a la conservación del patrimonio, tengo la sensación de haber pasado a la situación de espectador nato. Puedo ver, opinar, quejarme o reclamar, sin la sensación de estar entre los que - cada uno en su escalón – tienen la responsabilidad de velar por esa conservación. Es una sensación cómoda, de cierta liberación, en la que los inevitables disgustos parecen más llevaderos.
Eliminar¿Qué se podría hacer para conservar esas azulejerías? El primer paso es su protección legal, y ese está dado hace tiempo. Es necesario también que el funcionario crea en esa legislación y la haga cumplir. El último y complicado escalón es que se la crea el tendero. Durante años he creído que el respeto al patrimonio dependía, en primer lugar, de la educación de los ciudadanos y en segundo lugar de la capacidad económica del país. La educación de los españoles ha crecido exponencialmente en los últimos veinticinco años, pero tengo la sensación de que su sensibilidad por la cultura no ha tenido el mismo incremento. No tengo datos estadísticos que lo avalen, pero me atrevo a afirmar que la bonanza económica de los últimos años no ha sido buena para el patrimonio. Los ejemplos son abrumadores.
Y, así, nos encontramos en la situación ancestral, llorando por las limitaciones innatas de los españoles como pueblo, del desprecio a su propio país y a su cultura. Siempre me he negado a aceptarlo, pero habrá que pensar que nuestro problema es más complejo que lo enunciado.
A ti, aún te quedan responsabilidades…
Un abrazo
Deustamben