La
Baja Somoza– La Maragatería - mira al llano en que comerciaban sus trajineros.
En sus pueblos, las grandes casas de los arrieros son restauradas y mantenidas
con el apego de las gentes al lugar de sus mayores y los dineros del comercio del pescado
y la carne en Madrid. La piedra de sus muros se va rejuntando con morteros de
cal teñida con ocre, y las carpinterías de puertas y ventanas – con huecos
recercados en blanco – se pintan de azul, verde o rojo; velando los cristales con la labor femenina de visillos primorosos. (Sospecho que muchas de las
maneras usadas hoy en día para restaurar estas casas, fueron puestas de moda
con la restauración de Castrillo por la Administración). El paso del Camino de
Santiago ha ayudado a la conservación de estos pueblos, generando una actividad
económica que ha permitido la adaptación de muchas casas para el turismo rural
y los albergues de peregrinos. En las fiestas del verano se siguen sacando de la naftalina del arca los viejos ropajes, para agitarse en zapatetas al ritmo del
tamboril y la chifla.
En las restauraciones de la Baja Somoza los esmaltes sintéticos incorporan colores sorprendentes. Murias de Rechivaldo. |
Importantes casas de arrieros han sido habilitadas para la hostelería. Murias de Rechivaldo. |
Lucillo, Alta Somoza |
Lucillo |
Restos de cubierta de cuelmo. Lucillo |
Cumbrera en cubierta de losas pizarrosas. Lucillo |
Lucillo |
Tanta
diferencia entre estas dos zonas es reciente. Aparte de las casas de los
trajineros acaudalados, las viviendas del común de la gente debían de ser
bastante similares en las dos Somozas. Concha Espina escribió su Esfinge
Maragata en 1914. Parece ser que estuvo pocos días en el país, y solo visitó
los pueblos del entorno inmediato de Astorga. El escenario de la novela es una
casa importante, venida a menos, en un pueblo de la Baja Somoza; donde, tras el
fin de la arriería, los hombres han mantenido la tradición de salir del pueblo
a buscarse la vida, dejando a las mujeres el brutal trabajo de mantener la
hacienda y sacar cosechas de tierra tan yerma. Se ha querido identificar su
Valdecruces con Castrillo de los
Polvazares, y si es así son significativas las impresiones que causó en la
santanderina el hoy tan retocadito pueblo:
Después,
dando sombra a los ojos con las dos manos, vio surgir débilmente el diseño
borroso del humilde caserío, techado con haces secas de paja amortecida,
confundiéndose con la tierra en un mismo color, agachándose como si el peso de
la macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o
misericordia. En aquella actitud de sumisión y pesadumbre, las casucas
agobiadas, reverentes, exhalan un humo blanco y fino que parecía el incienso de
sus votos y oraciones.
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El “crucero”
es un punto céntrico del lugar, donde convergen cuatro calles anchas y
silenciosas, de edificios ruines con techados de cuelmo, pardos y miserables
como la tierra y el camino: una gran cruz labrada toscamente, ceñida en el
suelo por un amago de empalizada, corrobora el nombre de la triste y muda
plazoleta.
La prosa de doña Concha
deja claro que, hace cien años, el aspecto de Castrillo era muy diferente del
que hoy ofrece el protegido conjunto. En la tristeza de las ruinas de la Somoza
Alta podemos encontrar las imágenes perdidas de estos pueblos de la Baja Somoza,
favorecidos por el albur y otras circunstancias.
Pobladura de la Sierra, Alta Somoza. |
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