viernes, 9 de agosto de 2013

La Maragateria y la Alta Somoza


 
 
 
La Baja Somoza– La Maragatería - mira al llano en que comerciaban sus trajineros. En sus pueblos, las grandes casas de los arrieros son restauradas y mantenidas con el apego de las gentes al lugar de sus  mayores y los dineros del comercio del pescado y la carne en Madrid. La piedra de sus muros se va rejuntando con morteros de cal teñida con ocre, y las carpinterías de puertas y ventanas – con huecos recercados en blanco – se pintan de azul, verde o rojo; velando los cristales con la labor femenina de visillos primorosos. (Sospecho que muchas de las maneras usadas hoy en día para restaurar estas casas, fueron puestas de moda con la restauración de Castrillo por la Administración). El paso del Camino de Santiago ha ayudado a la conservación de estos pueblos, generando una actividad económica que ha permitido la adaptación de muchas casas para el turismo rural y los albergues de peregrinos. En las fiestas del verano se siguen sacando de la naftalina del arca los viejos ropajes, para agitarse en zapatetas al ritmo del tamboril y la chifla.  



En las restauraciones de la Baja Somoza los esmaltes sintéticos incorporan colores sorprendentes.
Murias de Rechivaldo.


 

Importantes casas de arrieros han sido habilitadas para la hostelería.
Murias de Rechivaldo.

Lucillo, Alta Somoza
La Alta Somoza – no sé si Maragatería – se va derrumbando en las faldas del Teleno. En sus pueblos quedan aún empeños de vida: viejos que esperan la visita de los hijos mientras su entorno se arruina, entre los fríos y calores del monte del dios astur que tan poco les ha dado. Las lajas de cuarcita de los muros de sus edificios conservan sus aristas vivas, sin rejuntados que las suavicen. Los tejados de cuelmo son ya solo restos para la curiosidad etnográfica; resisten algo más los de losas de pizarra con entrelazadas cresterías, pero pronto todo se incorporará al suelo y a un paisaje donde el paso de los hombres será solo recuerdo. No hay alegría para colores ni visillos en puertas y ventanas, ni dineros sobrantes que puedan dedicarse a mantener la casa de los abuelos. Sin embargo, no le faltan a esta tierra hijos que estudien su pasado lejano, sea en – por el momento mudos - petroglifos o en los restos de las explotaciones mineras del Imperio Romano. Llama la atención este interés por lo remoto ante la ruina del presente.




Lucillo
Restos de cubierta de cuelmo.
Lucillo











 

Cumbrera en cubierta de losas pizarrosas.
Lucillo

Lucillo

Tanta diferencia entre estas dos zonas es reciente. Aparte de las casas de los trajineros acaudalados, las viviendas del común de la gente debían de ser bastante similares en las dos Somozas. Concha Espina escribió su Esfinge Maragata en 1914. Parece ser que estuvo pocos días en el país, y solo visitó los pueblos del entorno inmediato de Astorga. El escenario de la novela es una casa importante, venida a menos, en un pueblo de la Baja Somoza; donde, tras el fin de la arriería, los hombres han mantenido la tradición de salir del pueblo a buscarse la vida, dejando a las mujeres el brutal trabajo de mantener la hacienda y sacar cosechas de tierra tan yerma. Se ha querido identificar su Valdecruces  con Castrillo de los Polvazares, y si es así son significativas las impresiones que causó en la santanderina el hoy tan retocadito pueblo:

Después, dando sombra a los ojos con las dos manos, vio surgir débilmente el diseño borroso del humilde caserío, techado con haces secas de paja amortecida, confundiéndose con la tierra en un mismo color, agachándose como si el peso de la macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o misericordia. En aquella actitud de sumisión y pesadumbre, las casucas agobiadas, reverentes, exhalan un humo blanco y fino que parecía el incienso de sus votos y oraciones. 

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El “crucero” es un punto céntrico del lugar, donde convergen cuatro calles anchas y silenciosas, de edificios ruines con techados de cuelmo, pardos y miserables como la tierra y el camino: una gran cruz labrada toscamente, ceñida en el suelo por un amago de empalizada, corrobora el nombre de la triste y muda plazoleta.

 
La prosa de doña Concha deja claro que, hace cien años, el aspecto de Castrillo era muy diferente del que hoy ofrece el protegido conjunto. En la tristeza de las ruinas de la Somoza Alta podemos encontrar las imágenes perdidas de estos pueblos de la Baja Somoza, favorecidos por el albur y otras circunstancias.
 
 
 
 
 
Pobladura de la Sierra, Alta Somoza.

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