Juan Blanco, siempre amigo y maestro en tantas cosas, me envía este magnífico texto, ilustrado por su propia fotografía.
Deustamben
En el Talgo
Madrid-Barcelona, tras Medinaceli, mientras el alto Jalón va cayendo hacia el
Ebro, pasamos unos cerros bellamente erosionados que me provocan esta
reflexión.
Con la misma lógica telúrica con que se despliega el paisaje, se despliegan nuestras vidas: en él se comprende con precisión que todo tiene una causa, pero ningún por qué. Vemos disponerse las rocas y arbustos, abrirse grietas y regueros, huellas del paso del agua, del paso del tiempo...
Considerado
individualmente, nada está allí por azar. Mas todo el conjunto es azaroso,
hermosa y absolutamente caótico. Allí están todas las fertilidades y los
sufrimientos, el agua y la sed, las luces y las sombras, las semillas y los
cadáveres y las mil historias de cada elemento, y sus agrupaciones por
naturalezas y por afinidades... allí, la ineludible necesidad de las cosas por
sus contrarios, en oposición a los cuales se constituyen. Aquí y allá, el
triunfo de unos sobre otros, los sacrificios y las catástrofes, la ley
universal y todas sus minuciosas excepciones... Vemos cómo lo que está arriba
puede caer, pero lo que cayó ya no volverá a subir... Vemos cómo les gusta a
las cosas reunirse con sus semejantes, empujadas por la gravedad o la geometría,
y reconocemos las fronteras imperceptibles y las evidentes, las suaves
transiciones y los abismos dramáticos entre cosas distintas, pero también entre
cosas iguales...
Y,
en realidad, ¿a qué tanto asombro, tanta extrañeza? ¿qué somos las criaturas
humanas, sino paisaje? Y ni tan siquiera: apenas parte del paisaje, la ínfima
parte del paisaje que piensa y anhela.
Juan Blanco
No hay comentarios:
Publicar un comentario