martes, 15 de enero de 2013

El paisaje, como la vida.





  

Juan Blanco, siempre amigo y maestro en tantas cosas, me envía este magnífico texto, ilustrado por su propia fotografía.
Gracias, maestro.

Deustamben
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

En el Talgo Madrid-Barcelona, tras Medinaceli, mientras el alto Jalón va cayendo hacia el Ebro, pasamos unos cerros bellamente erosionados que me provocan esta reflexión.


Con la misma lógica telúrica con que se despliega el paisaje, se despliegan nuestras vidas: en él se comprende con precisión que todo tiene una causa, pero ningún por qué. Vemos disponerse las rocas y arbustos, abrirse grietas y regueros, huellas del paso del agua, del paso del tiempo...

Considerado individualmente, nada está allí por azar. Mas todo el conjunto es azaroso, hermosa y absolutamente caótico. Allí están todas las fertilidades y los sufrimientos, el agua y la sed, las luces y las sombras, las semillas y los cadáveres y las mil historias de cada elemento, y sus agrupaciones por naturalezas y por afinidades... allí, la ineludible necesidad de las cosas por sus contrarios, en oposición a los cuales se constituyen. Aquí y allá, el triunfo de unos sobre otros, los sacrificios y las catástrofes, la ley universal y todas sus minuciosas excepciones... Vemos cómo lo que está arriba puede caer, pero lo que cayó ya no volverá a subir... Vemos cómo les gusta a las cosas reunirse con sus semejantes, empujadas por la gravedad o la geometría, y reconocemos las fronteras imperceptibles y las evidentes, las suaves transiciones y los abismos dramáticos entre cosas distintas, pero también entre cosas iguales...

Y, en realidad, ¿a qué tanto asombro, tanta extrañeza? ¿qué somos las criaturas humanas, sino paisaje? Y ni tan siquiera: apenas parte del paisaje, la ínfima parte del paisaje que piensa y anhela.
 
Juan Blanco
 

 

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