Las ventanas enmarcan nuestros paisajes cotidianos y nos conectan con el entorno inmediato. Esta conexión, siempre recelosa, se ha solido condicionar a la garantía de intimidad y seguridad, disponiéndose elementos que, con el tiempo, han adquirido importancia por sí mismos, como rejas y celosías. El caminante tiene afición por la visión inversa de esos marcos del mundo: le gusta mirarlos desde fuera, desde el paisaje que encuadran. Las gentes se han preocupado - lo que es de agradecer - de los que, como el caminante, tienen la manía de observar sus ventanas, y las han ornado a través de los tiempos, pretendiendo dar una imagen de los que viven tras ellas; desde el pretencioso ventanal blasonado al tragaluz angosto con el geranio en la lata de tomate. De esta forma se ha establecido un lenguaje, una lectura de las ciudades para los caminantes que miran a lo alto. Y ese lenguaje es más rico – como suele suceder - cuanto más popular es el medio en el que se encuentra la ventana.
Tras esas primeras apariencias externas, tras el visillo o el reflejo del cristal, están todas las posibilidades a la imaginación ya acicateada. Decía Baudelaire:
Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la vida sueña, sufre, vive…
La afición a mirar conlleva el afán por guardar lo admirado. Las tecnologías digitales, con su inmediatez, han simplificado la vida al caminante y demás usuarios pedestres de la fotografía, los que solo aspiran a captar imágenes para el recuerdo, sin grandes pretensiones. La pequeña máquina fotográfica está siempre en su faltriquera, esperando fiel a guardar lo que llame su atención, para almacenarlo después en el ordenador, esa bendita herramienta de tantas posibilidades; a pesar de, en su caso, la falta de pericia en el uso.
Las imágenes que nos irá proponiendo en estas páginas, surgen de su deambular, de sus paseos. Son muestras de su diálogo con las calles, y posible inicio a la introspección en los interiores imaginados que apunta Baudelaire. El caminante ha tratado de huir de clasificaciones de cualquier tipo, pues las cree contrarias a su propuesta.
Que vuestro paseo sea tan ameno y sugerente como lo fue para él, es la única pretensión del caminante, en este recorrido de hoy por ventanas de Cáceres.
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