Traigo a primer
plano el comentario de Marcos a mi entrada de ayer. Llega en una tarde
electoral en que parece que la inteligencia colectiva ─que no existe,
naturalmente─ ha acertado.
Que una generación ─o
parte de ella─ sea excluyente con las anteriores, supongo que tiene que ver con
el agradecimiento, más o menos consciente, por lo recibido en herencia.
En fin, vivamos hoy
la alegría de habernos librado de lo que nos hemos librado. Por ahora.
Gracias
H
|
ermoso. Yo pertenezco a una
generación que está entre medias de los jubilados del chato y los modernos
tatuados. Hubo un tiempo en que para mí no había libertad más feliz que estar
en los bares de copas escuchando música atronadora, hablando a gritos y
observando otros cuerpos fieramente hermosos y maqueados para la ocasión. Ahora
no puedo dejar de identificarme con los jubilados que se van calle abajo en
busca de un tiempo que está dejando de existir. Quizá es demasiado pronto para
ello, pero entre el chato con huevo duro y salero y el cubata con tatuaje, me
quedo con lo primero, aunque preferiría que pudiera ser chato con tatuaje,
huevo duro y salero, incluso si tiene que ser con sal rosa del Himalaya u otro
esnobismo que ponga sobre la mesa la nueva generación en la transacción
histórica. Mi generación no fue capaz de hacerlo y se dedicó a sustituir las
tascas por tabernas irlandesas de pinta y cacahuetes o cuarto de rodaja de
chorizo de pamplona sobre pan de molde si llegabas pronto. Cuando tuvo
posibles, sustituyó las tabernas irlandesas por bares de gin tonics con carta
de ginebras, de tónicas, de los ingredientes de la ensalada que había que meter
dentro del gin tonic y tapa de cacahuetes con gominolas de colores. Me pregunto
a qué región agrícola de España o del mundo favoreció el — seguramente
espectacular—aumento de consumo de cacahuetes de mi generación. Gane quien gane
las elecciones, por primera vez mi generación contará con un presidente del
gobierno. Creí que cuando eso sucediera la política —y el mundo en general— se
me haría más comprensible, más cercana. Pero como con las tascas, temo que gane
quien gane las elecciones, en la transacción histórica la política se nos llene
de tabernas irlandesas, de bares de gin tonics, de gominolas y de cacahuetes.
Por eso no puedo evitar dejarme ir calle abajo con los jubilados en busca de un
chato de Valdepeñas, un huevo duro y un salero, aunque sea de sal rosa del
Himalaya y aunque lo que encuentre no sea en realidad mí tiempo.
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