on Efe sabe levantar la
nariz por encima de lo humano y lo divino. Su pretensión de elegancia da en un
atildamiento amanerado como los dibujos de una tragaperras de bar. Es un pavo
real más en una profesión en la que suele darse esta especie. Una profesión
―por otra parte─ con un reconocimiento social grande y merecido, tanto por la
delicada materia con la que tratan como por el silencioso y abnegado trabajo de
la mayoría de sus miembros; pavos reales aparte.
Es imposible ignorar la
presencia o cercanía de Don Efe. Lo anuncian, como trompetería, su diario baño en
colonia y el murmullo de la corte de pelotas que siempre lo rodea riéndole los
chistes y agudezas. Digo que hay bastantes de estos pavos reales en este oficio,
pero en realidad no sé cuántos hay, lo indudable es que se los ve, se hacen
ver, procuran estar donde se los vea. Tampoco sé si todos los pavos reales de
esta profesión unen a su fatuidad la ignorancia profesional y el atrevimiento
─por ser suave─ de Don Efe. Quiero creer que no. Don Efe, de joven, aprendió
dos o tres técnicas ―hoy ya anticuadas― y enseguida pasó a dedicarse por entero
a la creación de Don Efe y a conseguir los cargos y jefaturas que le diesen
poder. Y se acabaron los libros y el estudio.
Lo difícil de entender es
que personajes de este pelo, de los que Don Efe puede ser paradigma, tengan la
influencia que suelen tener sobre determinados estamentos sociales. Lo cierto
es que esta olorosa y quincallera apariencia, unida a un lenguaje con la pompa
y la adjetivación de un crítico de vinos, produce efectos hipnóticos en
determinadas personas. Tras semejante despliegue de cola pavera son muchos los
que le suponen ciencia y no la evidente estupidez. Esto los mantiene.
Dejo a cada cual la colocación
del prototipo Don Efe en una determinada profesión. Pero me atrevo a presumir
de los muchos que coincidirán en situarle en el respetable oficio en que
servidor piensa. Opinen.
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