Tras los chaparrones
veraniegos el mundo siempre tuvo aspecto y olor de nuevo, de recién lavado. Aún
respiro, huelo y oigo la torrentera que se hacía la calle en las tormentas de
finales de agosto en el pueblo de los ancestros y las querencias, en los
lejanos veranos de la infancia. Aún me llega aquella nitidez del aire, aquel
olor a tierra mojada, ese olor anunciante que es metáfora precisa y sugerente;
ese olor del que los científicos nos han dado tan variopintas explicaciones.
Vivimos tiempos de
desmesuras meteorológicas. Se nos ha quedado corto hasta el idioma, y los
técnicos nos van aportando vocablos con que denominar a lo que se nos cae
encima. Después de un verano desmesurado, en el que se han batido todos los
registros históricos de temperatura, llega esta DANA, dama bravía más o menos
dañina según zonas. En la que vivo solo ha sido algo más que una tradicional
tormenta veraniega, sin grandes daños.
Es un disfrute ver
responder a la naturaleza con esta agua tras las solaneras pasadas. Plantas
abatidas, con las hojas lacias, secas, o ya sin ellas, se han erguido, han
levantado sus ramas y estirado sus hojas en un reverdecer casi primaveral.
Arbustos que daba por muertos apuntan motas verdes anunciadoras de vida. Alguna
vara de malva, que parecía haber llegado al final de su floración, ha rebrotado
un giro verde en su cima, anunciando más libaciones al brillo azul acero de la
abeja carpintera. Ya oigo su zumbar expectante, entreteniéndose con lo poco que
deja en los geranios la mariposa africana.
Uno ya está demasiado
viejo para sentir plenamente, como en la infancia y la juventud, la sensación
de mundo nuevo tras la lluvia. Los años observando la condición humana no hacen
optimista a nadie. Hay que asirse a algo para seguir viviendo, y este
reverdecer no es mal asidero, de momento. Ahí fuera siguen, como siempre, los
poseedores de las verdades absolutas, dispuestos a machacar la vida de los
incrédulos humanos de a pie que se mantienen al margen de signos, banderas y
nacionalismos. Ahí fuera siguen, como siempre, los negadores de la evidencia en
nombre de la ideología.
Hay que asirse a algo para
seguir viviendo. A veces solo sirve el cobijo en los mundos paralelos que
algunos humanos han tenido la delicadeza y la capacidad de crear en sus libros,
dibujar en sus papeles, colorear en sus lienzos.
Hay que asirse a algo.
Seguiré, esperanzado, en
la ventana que se asoma al verde.
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