jueves, 7 de septiembre de 2023

Hay que asirse a algo

 







     Tras los chaparrones veraniegos el mundo siempre tuvo aspecto y olor de nuevo, de recién lavado. Aún respiro, huelo y oigo la torrentera que se hacía la calle en las tormentas de finales de agosto en el pueblo de los ancestros y las querencias, en los lejanos veranos de la infancia. Aún me llega aquella nitidez del aire, aquel olor a tierra mojada, ese olor anunciante que es metáfora precisa y sugerente; ese olor del que los científicos nos han dado tan variopintas explicaciones.

      Vivimos tiempos de desmesuras meteorológicas. Se nos ha quedado corto hasta el idioma, y los técnicos nos van aportando vocablos con que denominar a lo que se nos cae encima. Después de un verano desmesurado, en el que se han batido todos los registros históricos de temperatura, llega esta DANA, dama bravía más o menos dañina según zonas. En la que vivo solo ha sido algo más que una tradicional tormenta veraniega, sin grandes daños.

     Es un disfrute ver responder a la naturaleza con esta agua tras las solaneras pasadas. Plantas abatidas, con las hojas lacias, secas, o ya sin ellas, se han erguido, han levantado sus ramas y estirado sus hojas en un reverdecer casi primaveral. Arbustos que daba por muertos apuntan motas verdes anunciadoras de vida. Alguna vara de malva, que parecía haber llegado al final de su floración, ha rebrotado un giro verde en su cima, anunciando más libaciones al brillo azul acero de la abeja carpintera. Ya oigo su zumbar expectante, entreteniéndose con lo poco que deja en los geranios la mariposa africana.

     Uno ya está demasiado viejo para sentir plenamente, como en la infancia y la juventud, la sensación de mundo nuevo tras la lluvia. Los años observando la condición humana no hacen optimista a nadie. Hay que asirse a algo para seguir viviendo, y este reverdecer no es mal asidero, de momento. Ahí fuera siguen, como siempre, los poseedores de las verdades absolutas, dispuestos a machacar la vida de los incrédulos humanos de a pie que se mantienen al margen de signos, banderas y nacionalismos. Ahí fuera siguen, como siempre, los negadores de la evidencia en nombre de la ideología.

     Hay que asirse a algo para seguir viviendo. A veces solo sirve el cobijo en los mundos paralelos que algunos humanos han tenido la delicadeza y la capacidad de crear en sus libros, dibujar en sus papeles, colorear en sus lienzos.

      Hay que asirse a algo.

      Seguiré, esperanzado, en la ventana que se asoma al verde.





 

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