Milanés
Poco he sabido de la vida de Pablo Milanés
en los últimos años. Para mi seguía siendo un eco sonoro de la juventud, un eco
que activaba de vez en cuando en el ordenador. Parece que vivía en una élite
sobreviviente del canturreo progresista americohispano de años ha. Élite que
hoy peina canas, siembra nostalgias y administra ingresos.
Me ha pellizcado el alma de viejo la
muerte de aquel cantor, aquel negro de aspecto bondadoso que, al pozo de los
años setenta, nos bajaba los ilusionantes mensajes de la esperanza cubana, y
con el que después compartimos ─los que lo compartimos─ el triste: así, no.
… si he de morir quiero
que sea contigo…
… sé que necesito tu
mano…
Me acompaña, mientras escribo, la voz del
negro bondadoso, ya anciano, cantando viejos amores a sus paisanos, que le
corean mientras parecen evocar lo que pudo haber sido.
… sus olores llenan ya mi
soledad…
… su silueta se
dibuja cual promesa de llenar el breve espacio en que no está…
Recuerdo lo que era oír, hace casi medio
siglo:
… y en una hermosa
plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes…
… y evocaré en un
cerro de Santiago a mis hermanos que murieron antes…
Quedaba, aún, esperanza:
… retornarán los libros,
las canciones…
… risa siempre y
nunca llanto, como si fuera la primavera…
Vivimos un tiempo donde la esperanza se
achica día a día, y no parece haber Pablos capaces de insuflarla en el brocal
del pozo.
Adiós al viejo contador de sus amores en
canciones que siguen vivas, adiós al viejo vocero de un pueblo levantado.
Torrelodones, noviembre 2022
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