sábado, 21 de septiembre de 2013

Los Dedos de Dios

 
 
 
 
 
 
 
 

Este verano paseaba un día por la lonja de la catedral de Astorga y estuve un rato mirando la puerta que se abre al mediodía, aquella a la que se condenó a estar siempre frente al absurdo Palacio Episcopal. Pensaba en el autor de la portada, el trasmerano nacido en Rascafría Rodrigo Gil de Hontañón, que se anduvo media España llenándola de piedras labradas y aparejadas a lo romano, dejando atrás la Edad Media.

De pronto un detalle me llamó la atención y me acordé de una historia escuchada años atrás. La oí una de esas tardes del mes de octubre en las que todavía se busca la sombra.  Una y otra, historia y sombra, las encontré bajo los rojos y amarillos de una parra en el patio de una taberna en un pueblo cercano a Astorga, por donde andaba yo en mi habitual búsqueda de lo que no existe.

 

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 En una mesa contigua unos paisanos parecían pasarlo bien recordando lo escuchado a padres y abuelos  sobre un tal Atalo Turienzo. Aquello prendió mi curiosidad pues me parecía una de esas historias que se van conformando de filandón en filandón, con el adobo del tiempo y el ingenio del pueblo, por lo que pasé a contertulio de mis vecinos mediante un peaje de vino y chorizo.

Atalo era natural de C…, pero desde muy joven vivió en Astorga, donde su padre era sacristán de la catedral. Desde niño se distinguió por sus habilidades acrobáticas y las desarrolló ayudando a su padre en la limpieza de los elementos menos accesibles del templo. Pronto se hizo imprescindible en el aseo de cornisas entablamentos y retablos, y pasó muchos años haciendo equilibrios entre las narices griegas de los personajes de Don Gaspar Becerra. A  la muerte del sacristán el hijo heredó el cargo aunque por su inclinación siguió colgándose de las cuerdas, querubín del plumero, volatinero entre la divinidad, el santoral y los elementos arquitectónicos.

Quizás por su habitual convivencia con lo divino en tan etéreas regiones, Atalo fue a dar en un curioso misticismo. Todo comenzó cuando en su pueblo natal, a donde acudía con frecuencia, transformó un corral de ovejas en lugar de culto. Los pocos adeptos iniciales fueron aumentando poco a poco y pronto comenzó a acaecer lo que suele acaecer en estos casos: luces resplandecientes atravesando las rendijas del viejo edificio, fragancias emanadas de donde antes solo trascendía la caca de oveja, sanaciones, imposibles torsiones en los cuerpos, vigores olvidados en ancianos, fertilidad en menopáusicas, eriales fecundos, multipartos en el ganado,… esperanza en los desesperanzados. Estos creyentes se llamaban a sí mismos “Señalados por los Dedos de Dios” y decían tener esos “Dedos” allí, en una especie de arca que presidía el templo. Llegó un momento en que gentes de toda la comarca, movidas por fe o curiosidad, llenaban el pueblo los sábados para asistir a las ceremonias oficiadas en el corral, que ya se había quedado muy pequeño.

El párroco de C… llevaba tiempo clamando en el púlpito contra la impostura de esta competencia sobrevenida. Y anunciaba todas las penas de los infiernos para los que se atreviesen a acudir, aunque solo fuese por curiosidad, a tan sacrílegas ceremonias que solo podía presidir Satán. El Obispado comenzó por retirar a Atalo de sus labores de sacristán, y nombró a un joven canónigo, de buen currículo, para estudiar el caso y emitir un informe que sirviese de base para cualquier actuación posterior.

La apariencia del  estudioso sacerdote respondía a lo que cabía esperar de su historial ejemplar. Su cuerpo alto y extremadamente delgado parecía anunciar los efectos del sacrificio, la austeridad, la renuncia y la penitencia. Una enorme nariz roja y goteante, en eterno constipado, contraída como por un mal olor, era la proa de una sotana que avanzaba piadosamente escorada de estribor, con cortos y rápidos pasitos, con las manos unidas y apretadas sobre el pecho, como conteniendo al espíritu ansioso de escapar a mejores destinos.

D. Norberto - el canónigo - comenzó sus investigaciones en el pueblo: interrogatorios a vecinos, citaciones de rebuscado formalismo, amenazas tonantes, liturgia, aparato y juramentos.

Con el tiempo el pueblo se habituó a la presencia del “Alimoche” -  como ya era conocido D. Norberto -  que por entonces entraba y salía del templo-corral con la misma frecuencia y naturalidad que de la iglesia. Los dineros de los fieles habían ido transformando la sede de “Los Dedos de Dios” en un horrendo y pretencioso armatoste multicolor.

A mediados de mayo “Los Señalados” convocaron a sus fieles para una ceremonia de especial solemnidad. El día anunciado la gente comienza a llegar al pueblo temprano, tomando posiciones en torno al altar instalado frente a lo que fue corral de ovejas. Larga procesión de iniciados revestidos con sorprendente riqueza. Atalo Turienzo, capa pluvial y monaguillos, porta el arca con “Los Dedos de Dios”. Blancas filas de acólitos conducen al oficiante ante el altar. Entre los concurrentes surge una agitación y un rumor que pronto se hace grito:

¡El Alimoche! ¡Es el Alimoche!

Desconcierto…

La secta no duró mucho. El abandono de los desconcertados fieles, la represión de las autoridades civiles y las hábiles maquinaciones de la Santa Madre, terminaron pronto con el sueño místico del titiritero idólatra.
 

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En el frontón de la portada del maestro trasmerano, la imagen de Dios Padre sostiene al orbe en su mano izquierda. La derecha, sin dedos, se alza en tronchado gesto de bendecir.
 






1 comentario:

  1. Buenos días:

    No es insistencia. Me agrada mucho leerle...
    Nunca se sabe donde y cuando arraiga la semilla divina que poseemos. A veces, el Dios que buscamos desesperadamente, no se encuentra entre esculturas repujadas ni rodeado de oro místico...es y está, sencillamente, en cualquier paraje desértico. El mismo que nos hace ponernos frente a nosotros mismos...
    Esos dedos de Dios, los que en gesto de "mejestas domini" bendicen desde la catedral, hicieron mucho bien, fuera del recinto "sagrado".

    Un saludo.

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