lunes, 3 de junio de 2013

De benaventanos y homeopatía


 La imagen de Isaac se corresponde con la que guardo de los labradores de la tierra leonesa en el tiempo de mi infancia. Es de cuerpo enteco, fibroso, como dispuesto al esfuerzo sobrehumano y a la austeridad que pedía aquel campo. Su rostro es nariz y ojos; una enorme nariz y unos ojos pequeños, vivos y atentos. Sus manos, que solo han trabajado con la pluma y los códices, me recuerdan a las que manejaban el arado romano y la hoz, la aguijada y la yunta, aquellas manos de los labriegos de entonces, inconcebibles hoy día. Su piel, oscura y arrugada, parece haber recibido todo el sol caído sobre sus ancestros. Habla poco y despacio; no tiene prisa en la respuesta, que siempre es profunda y reflexiva. No suele estar necesitado de opinar, y cuando se le pide opinión la da con un saber reposado, fruto del aprendizaje lento, que desemboca en la idea sorprendente e inesperada. Isaac es un viejo sabio contestatario, un labrador entre libros y legajos, criado en los ubérrimos pechos del saber de la Iglesia, a la que llegó por su condición de segundo hijo de labradores con poca hacienda. Isaac es un fruto antes frecuente en la tierra leonesa, y a mí me gusta hablar con él, indagar en su sabiduría, intentar penetrar en su viaje desde el canon a la heterodoxia por el camino del saber más clásico. Me gusta recorrer con él la tierra leonesa, a la búsqueda de los restos del mundo de nuestra infancia.

Hace poco visitábamos juntos el Instituto Homeopático, en Madrid, nacido por el impulso de un benaventano: José Núñez Pernía. Su sede, terminada en 1877, es Bien de Interés Cultural, y ha sido recientemente restaurada por la Comunidad de Madrid. Allí, nos encontramos también con la memoria de otro comarcano, de San Adrián del Valle, el médico Nicolás Juárez Prieto, que trabajó en el Instituto, al igual que su hijo, el también médico Nicolás Juárez Cejudo. Esta Institución representa el mayor esfuerzo realizado por tratar de implantar en España la homeopatía. Disciplina que nunca ha llegado a tener arraigo en nuestro país, donde tradicionalmente ha pesado más la opinión de los alópatas y se la ha considerado como acientífica.

Galería solana del Hospital de San José.

Puede que el sol curase más que los anises.

A la semana siguiente comía con Isaac en el restaurante El Ermitaño, en Benavente, en lo que fue heredad de la familia Núñez. Por su ascetismo racial y educacional Isaac no parece sentir la necesidad de ir más allá del vino, las sopas de ajo y los más elementales guisos caseros. Elogiaba los platos y el trabajo y saber puesto en su elaboración; pero, sin decirlo, parecía dejar claro lo innecesario de tanto refinamiento para su paladar endurecido en los pucheros del seminario, el comedor universitario, la pensión provinciana y el restaurante de menú económico. Oyéndolo, yo también sentía que donde teníamos que estar era en una taberna, comiéndonos unas patatas con congrio. El saber suele acomodarse mejor a la humildad tabernaria que al lujo sibarita de los altos fogones.
Y mientras comíamos, rememorábamos a los Núñez en su antigua finca: los Salados. Fue una familia de hidalgos llegados a Benavente probablemente en el siglo XVIII. Procedían de Lugo, concretamente de Santiago de Cedrón. Un matrimonio, una herencia o vaya usted a saber qué, les hizo bajar a establecerse en tierras leonesas. Aneja al actual restaurante está la ermita, único resto de la finca de los Núñez que queda en pie. Esta ermita sirvió de panteón para algunos miembros de la familia. En los muros pueden verse unos escudos con un león rampante y una tau como blasones. Indudablemente estas armas fueron las utilizadas siempre por la familia, y nada tienen que ver con los títulos nobiliarios obtenidos por dos de sus miembros cien años después, a mediados del siglo XIX.

Escudo de la familia Núñez en los muros de la ermita de los Salados.
Isaac esbozó las historias de tres de los miembros más conocidos de la saga: los hermanos Pedro, Joaquín María y José Núñez Pernía. La familia Pernía, también hidalga, procedía de Otero de Escarpizo, en la Cepeda leonesa. Pedro, nacido en Benavente en 1810, fue religioso, llegando a obispo de Coria, en cuya catedral está enterrado. Joaquín María, diputado a cortes, fue el primer Marqués de los Salados, título que le fue concedido en 1848 por Isabel II. José Núñez Pernía, el mayor de los hermanos, es un personaje conspicuo, con una biografía contradictoria, con luces, sombras e interrogantes. Nació en Benavente en 1805, donde su padre, Juan Cayetano Núñez Ramos, era un hidalgo rico e influyente. José hizo estudios eclesiásticos en el seminario de Sahagún, y posteriormente pasó a formar parte del Cabildo Catedralicio de Astorga, obteniendo la dignidad de Arcediano de Rivas de Sil. Paralelamente, en Valladolid, obtuvo el grado de bachiller en leyes.
Durante la primera guerra carlista se significó en el apoyó a la causa del infante Carlos María Isidro, lo que terminó llevándole al exilio en Burdeos. Es en esta ciudad donde comienza el interés de José por la medicina homeopática, llegando a ejercerla durante muchos años y con notable éxito. Los médicos le denuncian por intrusismo profesional, pero con sus indudables habilidades sociales consigue que le sea otorgado un título honorífico de doctor en medicina, que le habilita para ejercer en toda Francia. Muestra de su éxito en Burdeos es el hecho de que, años después, Napoleón III le concediese la Legión de Honor.
En 1843 José regresa a Madrid. Su primera preocupación es conseguir una titulación habilitante para ejercer la medicina en España. Lo consigue aprobando un examen ante un tribunal creado al efecto, y presentando documentación sobre sus trabajos y méritos en Francia. Lo que naturalmente tiene una fuerte contestación del colectivo médico y del universitario en general. Establecida su consulta en Madrid obtiene un rápido reconocimiento profesional y social, y se la abren las puertas de la corte, llegando a ser médico de Isabel II, que en 1865 le concede el título de Marqués de Núñez.

Durante la segunda mitad del siglo pasado no cesa la decadencia del Instituto Homeopático y Hospital de San José, el que fue Hospitalillo de los Anises para el pueblo, por la forma esférica de las píldoras de glucosa en que los homeópatas incluyen sus diluciones presuntamente curativas. Las fuertes inversiones de la Comunidad de Madrid han venido a salvar el edificio de José Segundo de Lema, en un momento en que determinada familia consigue, después de muchos pleitos, la herencia del título de Marqués de Núñez, y litigan por hacerse con la propiedad de los edificios del Instituto, alegando el fin de la actividad fundacional. Parece que, por el momento, la institución cuenta con personas y entusiasmo para su defensa.
Después de la comida y la larga sobremesa, a la que se sumaron algunos contertulios, nos dirigimos hacia Pobladura del Valle, para completar nuestro peregrinaje por la homeopatía histórica en la comarca. Nos tomamos un café en La Gruta y cruzamos la antigua carretera de la Coruña hacia el cementerio. La zona se ha convertido en un pequeño caos urbanístico, en el que se mezclan sin sentido las bodegas trasformadas en restaurantes, el cementerio, una industria y unas viviendas adosadas promovidas por el ayuntamiento.

Recuerdo a Nicolás Juárez en la capilla del Hospital de San José.

 La sepultura de Nicolás Juárez Prieto es una lápida de piedra caliza recercada por una verja de hierro. Fue traída, junto con sus restos, del antiguo cementerio del camino de la estación. Murió en 1943 en su querida Pobladura, donde se había retirado después de la guerra civil. Salimos del cementerio y al bajar paseando hacia el pueblo pasamos por delante de su casa, en la calle de las Cuevas.

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