La
imagen de Isaac se corresponde con la que guardo de los labradores de la tierra
leonesa en el tiempo de mi infancia. Es de cuerpo enteco, fibroso, como
dispuesto al esfuerzo sobrehumano y a la austeridad que pedía aquel campo. Su
rostro es nariz y ojos; una enorme nariz y unos ojos pequeños, vivos y atentos.
Sus manos, que solo han trabajado con la pluma y los códices, me recuerdan a las
que manejaban el arado romano y la hoz, la aguijada y la yunta, aquellas manos de
los labriegos de entonces, inconcebibles hoy día. Su piel, oscura y arrugada,
parece haber recibido todo el sol caído sobre sus ancestros. Habla poco y
despacio; no tiene prisa en la respuesta, que siempre es profunda y reflexiva. No
suele estar necesitado de opinar, y cuando se le pide opinión la da con un
saber reposado, fruto del aprendizaje lento, que desemboca en la idea
sorprendente e inesperada. Isaac es un viejo sabio contestatario, un labrador entre
libros y legajos, criado en los ubérrimos pechos del saber de la Iglesia, a la
que llegó por su condición de segundo hijo de labradores con poca hacienda.
Isaac es un fruto antes frecuente en la tierra leonesa, y a mí me gusta hablar
con él, indagar en su sabiduría, intentar penetrar en su viaje desde el canon a
la heterodoxia por el camino del saber más clásico. Me gusta recorrer con él la
tierra leonesa, a la búsqueda de los restos del mundo de nuestra infancia.
Hace poco
visitábamos juntos el Instituto Homeopático, en Madrid, nacido por el impulso
de un benaventano: José Núñez Pernía. Su sede, terminada en 1877, es Bien de
Interés Cultural, y ha sido recientemente restaurada por la Comunidad de Madrid.
Allí, nos encontramos también con la memoria de otro comarcano, de San Adrián
del Valle, el médico Nicolás Juárez Prieto, que trabajó en el Instituto, al
igual que su hijo, el también médico Nicolás Juárez Cejudo. Esta Institución
representa el mayor esfuerzo realizado por tratar de implantar en España la homeopatía.
Disciplina que nunca ha llegado a tener arraigo en nuestro país, donde
tradicionalmente ha pesado más la opinión de los alópatas y se la ha
considerado como acientífica.
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Galería solana del Hospital de San José.
Puede que el sol curase más que los anises.
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A la
semana siguiente comía con Isaac en el restaurante El Ermitaño, en Benavente,
en lo que fue heredad de la familia Núñez. Por su ascetismo racial y
educacional Isaac no parece sentir la necesidad de ir más allá del vino, las
sopas de ajo y los más elementales guisos caseros. Elogiaba los platos y el
trabajo y saber puesto en su elaboración; pero, sin decirlo, parecía dejar
claro lo innecesario de tanto refinamiento para su paladar endurecido en los
pucheros del seminario, el comedor universitario, la pensión provinciana y el
restaurante de menú económico. Oyéndolo, yo también sentía que donde teníamos
que estar era en una taberna, comiéndonos unas patatas con congrio. El saber
suele acomodarse mejor a la humildad tabernaria que al lujo sibarita de los altos
fogones.
Y
mientras comíamos, rememorábamos a los Núñez en su antigua finca: los Salados. Fue
una familia de hidalgos llegados a Benavente probablemente en el siglo XVIII. Procedían
de Lugo, concretamente de Santiago de Cedrón. Un matrimonio, una herencia o
vaya usted a saber qué, les hizo bajar a establecerse en tierras leonesas. Aneja
al actual restaurante está la ermita, único resto de la finca de los Núñez que
queda en pie. Esta ermita sirvió de panteón para algunos miembros de la
familia. En los muros pueden verse unos escudos con un león rampante y una tau
como blasones. Indudablemente estas armas fueron las utilizadas siempre por la
familia, y nada tienen que ver con los títulos nobiliarios obtenidos por dos de
sus miembros cien años después, a mediados del siglo XIX.
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Escudo de la familia Núñez en los muros de la ermita de
los Salados.
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Durante
la primera guerra carlista se significó en el apoyó a la causa del infante
Carlos María Isidro, lo que terminó llevándole al exilio en Burdeos. Es en esta
ciudad donde comienza el interés de José por la medicina homeopática, llegando
a ejercerla durante muchos años y con notable éxito. Los médicos le denuncian
por intrusismo profesional, pero con sus indudables habilidades sociales
consigue que le sea otorgado un título honorífico de doctor en medicina, que le
habilita para ejercer en toda Francia. Muestra de su éxito en Burdeos es el
hecho de que, años después, Napoleón III le concediese la Legión de Honor.
En
1843 José regresa a Madrid. Su primera preocupación es conseguir una titulación
habilitante para ejercer la medicina en España. Lo consigue aprobando un examen
ante un tribunal creado al efecto, y presentando documentación sobre sus
trabajos y méritos en Francia. Lo que naturalmente tiene una fuerte
contestación del colectivo médico y del universitario en general. Establecida
su consulta en Madrid obtiene un rápido reconocimiento profesional y social, y
se la abren las puertas de la corte, llegando a ser médico de Isabel II, que en
1865 le concede el título de Marqués de Núñez.
Durante la segunda mitad del siglo pasado no cesa la decadencia del Instituto Homeopático y Hospital de San José, el que fue Hospitalillo de los Anises para el pueblo, por la forma esférica de las píldoras de glucosa en que los homeópatas incluyen sus diluciones presuntamente curativas. Las fuertes inversiones de la Comunidad de Madrid han venido a salvar el edificio de José Segundo de Lema, en un momento en que determinada familia consigue, después de muchos pleitos, la herencia del título de Marqués de Núñez, y litigan por hacerse con la propiedad de los edificios del Instituto, alegando el fin de la actividad fundacional. Parece que, por el momento, la institución cuenta con personas y entusiasmo para su defensa.
Durante la segunda mitad del siglo pasado no cesa la decadencia del Instituto Homeopático y Hospital de San José, el que fue Hospitalillo de los Anises para el pueblo, por la forma esférica de las píldoras de glucosa en que los homeópatas incluyen sus diluciones presuntamente curativas. Las fuertes inversiones de la Comunidad de Madrid han venido a salvar el edificio de José Segundo de Lema, en un momento en que determinada familia consigue, después de muchos pleitos, la herencia del título de Marqués de Núñez, y litigan por hacerse con la propiedad de los edificios del Instituto, alegando el fin de la actividad fundacional. Parece que, por el momento, la institución cuenta con personas y entusiasmo para su defensa.
Después
de la comida y la larga sobremesa, a la que se sumaron algunos contertulios,
nos dirigimos hacia Pobladura del Valle, para completar nuestro peregrinaje por
la homeopatía histórica en la comarca. Nos tomamos un café en La Gruta y
cruzamos la antigua carretera de la Coruña hacia el cementerio. La zona se ha
convertido en un pequeño caos urbanístico, en el que se mezclan sin sentido las
bodegas trasformadas en restaurantes, el cementerio, una industria y unas
viviendas adosadas promovidas por el ayuntamiento.
Recuerdo a Nicolás Juárez en la capilla del Hospital de
San José.
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