sábado, 6 de julio de 2013

Lucio Muñoz










La pintura de Lucio necesita del ojo cercano y atento a las texturas, a las sombras que proyectan los gruesos de la materia adosada al plano. Hay que embarcarse en la aventura de la forma sugerida o intuida, y luego ver la dilución de esa idea sobre los fondos de cielos que se hacen tierra, y tierras que se licuan en trasparencias de cielo o de agua. El color rotundo del primer plano contribuye a la definición de los volúmenes que pronto dejan de ser lo intuido para ser solo eso: forma, volumen concreto.

Es el viejo juego de la pintura, pero ni el pintor ni el espectador están ya necesitados de iconografías representativas, y el juego se sublima, regodeándose con total libertad en la materia, el color, la luz y la forma. Y entre tanta libertad, la textura cálida y familiar de la madera y la huella de la mano sobre ella, nos mantienen en el diálogo entre espíritu y materia del viejo juego.

Siempre que tengo que ir a recoger a alguien en las llegadas de la T4 de Barajas disfruto del mural de la imagen. No hay nada que lo proteja. Hace poco vi a un individuo apoyar en la obra de Lucio su espalda, sus manos, uno de sus pies y toda su ignorancia.






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