miércoles, 3 de julio de 2013

Malvas




 
 
 
Está siendo un buen año de malvas reales. Me gusta también el nombre de malvavisco. El de malvaloca tiene resonancias del sur; por los Quintero y por aquel estupendo fandango del Niño Gloria que después bordó Caracol y le siguieron Camarón, el Torta, Poveda...

 

Malvaloca.

¿Quién te puso a ti ese nombre,

quién te puso Malvaloca?

malva porque eres muy buena

loca por querer a un hombre...

y ese hombre quiere a otra.

 

En un rincón de mi jardín crecen espléndidas las varas de su enhiesta altanería –andarán, este año, cerca de los tres metros - en las que se van abriendo las corolas que se ofrecen al insecto que se reboza orgiástico en su polen. Traje su simiente de las que siempre he visto nacer espontáneas en el patio de la casa leonesa de mis abuelos. Me ha costado convencerlas para que crezcan en la sierra madrileña; puede que sea planta demasiado cimarrona, áspera y rural para crecer en jardines de ámbitos más urbanos; pero al final he conseguido tenerlas. Y entre ellas zumba ya el azulacero de los abejorros que garantizan su continuidad y me recuerdan los veranos de la infancia.
 
 
 
 

Entre sus muchos colores tengo un claro favorito: ese magnífico rojo de sangre vieja que llena el espacio en redor de donde nace. No es el que más se prodiga, parece hacerse valer. Para mí es un símbolo; siempre lo imagino creciendo sobre un fondo de tapias de tierra roja, trullados de oro y viejos calicostrados leoneses.
 
 
 

 

 
 
 
 
 
Ojalá que mis pobres fotos puedan acercaros algo al placer que a mí me proporciona tener cerca estas flores humildes y campesinas.

 



 




 
 


 

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