Está
siendo un buen año de malvas reales. Me gusta también el nombre de malvavisco.
El de malvaloca tiene resonancias del sur; por los Quintero y por aquel
estupendo fandango del Niño Gloria que después bordó Caracol y le siguieron
Camarón, el Torta, Poveda...
Malvaloca.
¿Quién te puso a ti ese nombre,
quién te puso Malvaloca?
malva porque eres muy buena
loca por querer a un hombre...
y ese hombre quiere a otra.
En
un rincón de mi jardín crecen espléndidas las varas de su enhiesta altanería
–andarán, este año, cerca de los tres metros - en las que se van abriendo las
corolas que se ofrecen al insecto que se reboza orgiástico en su polen. Traje
su simiente de las que siempre he visto nacer espontáneas en el patio de la
casa leonesa de mis abuelos. Me ha costado convencerlas para que crezcan en la
sierra madrileña; puede que sea planta demasiado cimarrona, áspera y rural para
crecer en jardines de ámbitos más urbanos; pero al final he conseguido
tenerlas. Y entre ellas zumba ya el azulacero de los abejorros que garantizan
su continuidad y me recuerdan los veranos de la infancia.
Ojalá
que mis pobres fotos puedan acercaros algo al placer que a mí me proporciona
tener cerca estas flores humildes y campesinas.
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