lunes, 16 de febrero de 2015

El diario rito de seguir vivos








A
diario paso frente a esta casa a la que la tristeza parece treparle como la hiedra que sube desde el verdín cadavérico de la tierra hasta el alero, para luego dejarse caer en girones verticales como lágrimas. Nadie la recorta, y la enredadera va cegando ventanas de las que no se espera luz. Y la casa se ha hecho cueva verde, antro propicio a esa humedad pegajosa que pudre el alma y que solemos llamar tristeza.
Recuerdo años de risas y alboroto de infancia en este jardín; y años de esperanza en los que la juvenil algarabía de la belleza y la inteligencia llenaba la casa. Y llegó el estupor ante lo inesperado, llegó el miedo, la sospecha vergonzosa, la certeza inaceptable, la atrocidad del deseo insaciable, el grito, la amenaza, la angustia, la destrucción de todo lo bello y de todo lo inteligente; llegó la sordidez desconocida. Y después fue el espanto de la muerte buscada y encontrada entre las vías del tren; y no mucho después el insoportable dolor de ver irse la vida en los ojos que imploran la ayuda imposible.
El viento mece, con chillido agrio de óxido, el columpio de las risas infantiles. La pareja de ancianos, sombras mínimas, salen de la casa y recorren vacilantes la  vereda que sus pasos cotidianos han dibujado en el abandono del jardín. Buenos días. Buenos días nos dé Dios. Y se alejan del brazo por la acera, doblados, al ritmo quedo de sus bastones, con el capacho de la compra obligada en el diario rito de seguir vivos. 


   










domingo, 1 de febrero de 2015

Yo sí recuerdo








Yo sí recuerdo, madre,
tu oficio de ser tierna
y fina como el aire.





(Meira Delmar)