N
o suelo tener, creo, excesivas
pretensiones de objetividad, y menos las tendré en una mañana como la de hoy en
la que veo el mundo en el color filtrado por el lumbago que me atenaza – aquí
sí vale lo de atenaza – y que me hace temer hasta del movimiento de darle a la
tecla. Es decir, que mis impresiones sobre la realidad a la que hoy me asome estarán
sin duda condicionadas por la compresión de mis terminaciones nerviosas, ahí,
por esa zona donde la espalda comienza a dejarse el nombre. Vamos, que quizás
no tenga un día de opiniones ecuánimes, ni me incline hacia interpretaciones
ligeras o festivas. Aviso.
El caso es que he comenzado la mañana leyendo
una reflexión de Jorge Riechmann, hombre
de inusual formación multidisciplinar:
Dar por perdida la biosfera y el ser humano,
y proponer la salvación a través de la tecnociencia, a través de un rediseño
completo del medio ambiente y el organismo humano: tal es el arco gnóstico de
la delirante hybris que va de la geoingeniería como supuesta “solución” al
cambio climático, a las propuestas de human enhancement que formulan ingenieros
genéticos y biólogos sintéticos. - See more at:
http://tratarde.org/el-hundimiento/#sthash.EuB8nGOe.dpuf
El efecto de tamaño párrafo de
inicio, sobre mi espalda y ánimo, anulan el pequeño consuelo que parecía llegar
del Ibuprofeno, por lo que me dispongo a
hurgar en otro sitio.
Cojo el último Cuadernos del Matemático, que no he terminado de leer; pero no es
el día adecuado; las metáforas que suelo disfrutar son hoy juegos vacíos de
estetas tristes que se miran el ombligo. Qué le vamos a hacer.
Opto por la Red y quiere el albur - ¡vaya por
dios! - que dé en Isis; y no la
diosa egipcia que adoptaron los griegos, no, sino ese centro de retrasmisión de
degollamientos de infieles y rituales de destrucción de vestigios de antiguas
culturas. No se relajan mis vértebras, no. Es la Edad Medía en vivo y en
directo gracias a las nuevas tecnologías (ya me estoy arrepintiendo de mezclar
en esto al medievo). ¡Qué
barbaridad! Hoy, a nadie que no sean
esos bárbaros se le ocurre eliminar enemigos con un método tan cruel, artesanal
y lento como es la degollación. Tenemos otras formas. Matar a distancia no
tiene ese componente de crueldad palpable que tanto hiere nuestra cultivada
sensibilidad. Y en nuestro mundo civilizado la destrucción de un bien cultural
suele requerir de una compleja tramitación y componenda político–administrativa,
encarecida con el abono de las correspondientes comisiones (de cuyas enormes tarifas
nos estamos enterando ahora los españoles). Es el tinglado al que hemos dado en
llamar Estado de Derecho, por lo que parece sin razón que lo justifique.
La destrucción de los Querubines asirios, dos
veces milenarios, por esos bárbaros barbados degolladores, me lleva a pensar
(salvas sean las distancias temporales, los degüellos y todas las demás
distancias) en algún caso español del momento. Hace unos días pasé frente a la lamentable
Operación Canalejas, en Madrid, bendecida
y amparada por profesionales devotos y agradecidos al capital y por la
esperpéntica Presidencia Municipal con la que se castigó a esta ciudad. Pero mis
terminaciones nerviosas protestan y me aparto del asunto.
Cinco piedras |
Y en un nuevo salto – es un
decir - me planto en La Valdueza
leonesa. Por cierto, que este era el segundo apellido de mi tatarabuelo José
Cipriano: Valdueza. A nadie le
importa, claro, pero así se llamaba. Vaya usted a saber en qué momento bajaron
al llano mis ancestros provenientes del valle del Oza; supongo que, como muy pronto, lo pudieron hacer durante las repoblaciones
realizadas al norte del Duero en torno al siglo X. Época de la que pueden ser
unas piedras volanderas que la humanidad lleva venerando estos mil años y de
las que pretendo noticias que no consigo. Los últimos trescientos los han
pasado empotradas en una fábrica de lajas, en la fachada de la Ermita de la Santa Cruz, en Montes de Valdueza. Es un elemental
edificio del siglo XVIII, de planta
rectangular, cubierto a dos aguas con lanchas pizarrosas, cuyos muros se alzan
a media ladera sobre el telón de fondo de los montes Aquilanos. Son cinco piedras provenientes de la anterior o
anteriores ermitas, y fueron empotradas en el humilde edificio actual con
deliciosa ingenuidad compositiva, pretendiendo tan solo su presencia ante el
pueblo como símbolo de permanencia de una tradición ya milenaria, perpetuando
la fundación, advocación y dedicatorias. En el interior, abandono, suciedad y
un encantador retablito de popular y colorido barroco. En la penumbra se atisba
la necesaria leyenda: la Sierpe Rupiana comedora
de paisanos y monjes, vencida por San
Fructuoso.
Lápida fundacional |
Muñón de la torpeza y la ignorancia |
En marzo de 2007 los vecinos
de Montes de Valdueza están indignados. Alguna de las piedras de su ermita ha
sido seleccionada para exponerla en Las
Edades del Hombre, en Ponferrada. Nadie ha contado con ellos. Nadie ha
considerado necesario conocer su opinión. Llueve sobre mojado; los vecinos ya
se habían opuesto al desmontaje de las piedras para su exposición en Burgos, en
la edición de 1990; en aquel año el párroco apoyó su opinión y las piedras
quedaron en su sitio. No es la situación actual. El caldo de cultivo está
creado. En la tarde del día cuatro la
piedra de la izquierda, la lápida fundacional, ha desaparecido. Confusión.
Aparece el párroco que, ayudado por el alcalde (tradicional alianza), desmonta
el resto de las piedras y se las lleva. Ahí queda el muñón de la torpeza y la
ignorancia. Sigo sin saber de las piedras volanderas.
Me parece que esta mañana ya
no estoy para más saltos. Me toca el Ibuprofeno…