Hora del aperitivo.
Taberna madrileña de principios del pasado siglo. Azulejos, maderas rojas y esa
mugre del tiempo que resiste todas las limpiezas. Me instalo en la barra con el
periódico y un chato. En una mesa inmediata un corro de jubilados tiene su
tertulia. Pronto no puedo más que atender a su charla:
—A ver, ¿qué vino es este
que nos das hoy, Manuel?
—Me lo han traído nuevo,
me parece que no está mal…
—A ver, a ver. Bodegas…
Servidor no bebe esto. Esto está en mi “índice”.
—Este es un ejemplo claro
de industrial acaparador.
—Y de peligro para el
vino.
—Me estoy acordando de un
vinillo que no estaba mal. Lo hacían en una cooperativa que compró este señor,
y ese vinillo es hoy una cosa sin interés ni carácter.
—Pues sí, tenéis razón. Es
difícil defenderse de lo que están haciendo con lo que comemos y bebemos. Pero
con el vino quizás sea más fácil. Al menos podemos rechazar determinadas marcas
o bodegas, si es que podemos seguir llamando bodegas a esas fábricas de “vino”.
—Y hoy aún tenemos
alternativas. Dentro de nada…
—Pero la nuestra solo
puede ser una militancia pequeña, baratita, y seguramente inútil…
—Quizás, pero es lo único
que podemos hacer. Si todos los que somos conscientes de la situación
rechazásemos este vino, como acabamos de hacer, algo haríamos por la supervivencia
de lo que hoy llamamos vino. En todo caso podemos y debemos dar nuestra opinión
a quien se deje o quiera oírla.
—Yo, desde luego, voy a
seguir sin beber esos vinos, al menos los que tengo localizados. Es más, en
casa he dejado una lista con los nombres y marcas que no me hace gracia que se
compren; por si me hacen caso.
El tabernero va y viene,
atento a la conversación de sus clientes.
—Pero hombre, este no está
malo. Y es baratito…
—Manuel, no voy a entrar
en la discusión de si está mejor o peor. Pero te recuerdo tus frecuentes
lloros, tu añoranza de aquellos claretes riojanos, que cada día se parecen más
a los tintos de las tierras del Duero, que te gustan menos. Y ¿qué fue de aquel
estupendo valdepeñas a granel que vendiste durante tantos años? ¿qué fue?
—Eso es cierto. Los vinos
son cada día más parecidos, más uniformes.
—Esa, esa es la cuestión. Lo
que está en peligro es el mismo concepto, lo que entendemos por vino. Nosotros
asociamos cada vino a paisajes, pueblos, gentes, colores…
—Exactamente, el vino es
cultura, y esta cultura existirá mientras existan los pequeños y medianos
bodegueros que mantengan tradiciones, sabores, aromas y matices que definen
cada vino. Sin trampas. En ese enorme muestrario de los vinos de España, donde
siempre es posible la sorpresa, la novedad.
—Eso me gusta, me parece
importante. La sorpresa. La posible sorpresa. La uniformidad de los vinos de la
gran industria está terminando también con la posibilidad de sorpresa; está
terminando con esa experiencia que todos hemos tenido de tropezarnos con un
vino desconocido, distinto, lleno de vida y sugerencias. Un vino que nos alegra
el día.
—Para la gran industria el
vino tiene que ser un producto fácil de hacer, fácil de conservar y fácil de
trasportar. Y lo más importante: con color, sabor y textura uniforme, según
cánones que les garanticen las ventas a una clientela que ellos mismos se
fabrican y hacen dependiente de su producto.
—Es decir que vino será lo
que definan los grandes fabricantes de turno.
—Sin duda.
—Y para las oportunas y
necesarias loas y bendiciones siempre habrá un Parker.
— Y si no ya se fabricarán
uno, como hacen y harán. Nunca será el mayor coste del proceso.
—Ah, ya no existirá el buen
año, ni la ladera soleada, ni la arcilla, la caliza o la pizarra; ya no
existirá la casualidad que acumule factores y resulte en un vino inesperado.
—La gran industria no
contempla la casualidad.
Un cliente de la barra,
oyente como yo de la charla, decide intervenir.
—Perdonen ustedes que
intervenga, pero les estoy oyendo con atención pues el asunto me interesa. Si
me lo permiten yo introduciría en la charla otro aspecto: la indiscutible
mejora de los vinos de España en los últimos años. ¿Tiene esto algo que ver con
esa gran industria del vino, con esa fagocitación de pequeñas bodegas y
cooperativas por el capital?
—Pues muchas gracias,
amigo, por esta aportación, que parece oportuna. Le voy a dar mi opinión, y mis
compañeros matizarán. El vino en España ha mejorado en los últimos veinte o
treinta años; mucho, muchísimo. Como todo en el país. Los bodegueros han
aprendido, los paisanos han aprendido y los de este lado del mostrador también
hemos aprendido. Se hacen mejor los vinos de siempre. Mucho mejor. Pero esto
nada tiene que ver con el fenómeno de la homogenización de los vinos por los
grandes productores, ni con los vinos con trampa, ni con la eliminación de los
pequeños bodegueros y cooperativas locales, engullidos por el gran capital del
sector o por imposibilidad de resistir la competencia. Los mayores grupos
económicos del ramo no han nacido precisamente del vino de calidad, más bien
todo lo contrario. Han nacido de la cantidad, no de la calidad.
—La cuestión es si esos
pequeños productores, que tanto han mejorado sus vinos tradicionales,
resistirán o tendrán que subirse al carro de los vinos patrón, vendibles en
China o en donde sea.
—Siempre nos quedará el
recurso de los vinos del paisanete del pueblo. También están desapareciendo,
pero a nosotros nos durarán,
digo yo.
—Con los particulares el
problema es la falta de control de tanto producto químico como se usa hoy.
Productos comercializados libremente y con unas instrucciones de uso difíciles de intepretar.
—Ese problema existe con
particulares, con profesionales y con la agricultura en general. Ahí sí que no se
puede hacer nada; solo es posible poner esperanzas en la mejora de la acción de
la Administración, hoy tan poco fiable.
—Pero estamos demasiado
serios. Vamos a ver si le sacamos a Manuel alguna botellita del clarete que le
trae su cuñado del pueblo, que se le va poner malo.
—Pues con unas patatitas
guisadas de las que habrá hecho Herminia para el menú…
—Manuel…