lunes, 12 de noviembre de 2018

Não sou nada









Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.












Parece que algunos de vosotros habéis gustado mi tímido asomo del otro día al inabarcable mundo Pessoa. Por eso me atrevo a proponeros hoy una otoñal lectura en común de Álvaro de Campos; el mundano técnico que puso en versos algo de la angustia, la duda, el vacío, la añoranza de lo que pudo ser, la introspección del alma Pessoa. El arte y la belleza suelen tener un esqueleto de dolor.






TABAQUERÍA


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.
Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
lúcido como si estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
y hay un largo silbido
dentro de mi cráneo
y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.
Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.
Lo que me enseñaron
lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
encontré sólo hierbas y árboles
y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?
¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, de veras altas y nobles y lúcidas-
quizá realizables,
no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?
El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Pero soy y seré siempre el de la buhardilla,
aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.
Derrame la naturaleza su sol y su lluvia
sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine
y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;
nos despertamos y se vuelve opaco;
salimos a la calle y se vuelve ajeno,
es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
echo por tierra todo, mi vida misma.)
Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
patricia romana, imposible y nefasta,
princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
o no sé cuál moderna -no acierto bien la cual-
sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que pasan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me parece una condena a la degradación
y todo esto, como todo, me es ajeno.)
Viví, estudié, amé y hasta tuve fe.
Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo.
En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira.
y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste
(Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.)
Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo
Y el rabo salta, separado del cuerpo.
Hice conmigo lo que no sabía hacer.
Y no hice lo que podía.
El disfraz que me puse no era el mío.
Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
la tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
estaba desfigurado.
Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz.
Lo acosté y me quedé afuera,
Dormí en el guardarropa
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo.
Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice
y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente:
Pisan los pies la conciencia de estar existiendo
como un tapete en el que tropieza un borracho
o la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.
El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta.
Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido,
con la incomodidad de un alma torcida, lo veo.
El morirá y yo moriré.
El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo
y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto.
En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente
continuará haciendo cosas parecidas a versos,
parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda,
siempre una cosa frente a otra cosa,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie,
siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra.
Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
y gozo, en un momento sensible y alerta,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
y después de esto me reclino en mi silla
y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.
(Si me casase con la hija de la lavandera
quizá sería feliz).
Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?),
ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza
y el Dueño de la tabaquería sonríe.












sábado, 10 de noviembre de 2018

Mañana de noviembre












Poco me imorta.

Poco me importa ¿qué? No sé, poco me importa.


Alberto Caeiro







H
ace otoño, y la luz de agua se queda en los umbrales de la ventana sin apenas penetrar en la habitación. El verde denso de la higuera se va haciendo trasparente palidez amarilla. Dentro de unos días todo serán palos expectantes, yemas, cápsulas de esperanza a la espera de la nueva vida que ordene el sol.

Y en esa luz paso la mañana, releyendo Los últimos tres días de Fernando Pessoa; días que recreó el amigo y sacerdote de su memoria: Tabucchi. Los libros cambian con la edad y la estación del año en que uno los lee. Recuerdo que hace años me pareció vivificante aquel retorno de António Mora, el loco de Cascais: todos los átomos que nos componen, esas partículas infinitesimales que son nuestro cuerpo de ahora, volverán después al ciclo eterno y serán agua, tierra, fértiles flores, plantas, la luz de la vista, la lluvia que nos empapa, el viento que nos azota, la nieve cándida que nos envuelve con su manto de invierno. António Mora… aquel loco lúcido que habló de dioses a Pessoa: … los dioses volverán, porque toda esta historia del alma única y de un solo dios es algo pasajero que está a punto de terminar dentro de los breves ciclos de la historia. Y cuando los dioses vuelvan los hombres perderemos esta unicidad del alma, y nuestra alma podrá ser de nuevo plural, como quiere la naturaleza.

Hoy, con la luz gris de la ventana y la melancolía del otoño, me aflijo en el desfile de personajes ante el lecho de muerte de quien expresó en ellos toda la humanidad que no cabía en su humilde persona, en su única persona capaz de ser muchas.

Y la aflicción me acerca al recurso que Bernardo Soares cuenta al yacente Pessoa: se llevó, a la villa junto al mar, a Sebastiaõ, el papagayo del carbonero de la esquina: … y así, mientras escribía, hablaba con Sebastiaõ y le enseñaba alguno de sus versos, los primeros de Tabaquería, “no soy nada, nunca seré nada, no puedo querer ser nada”. Él se los aprendió enseguida, y así conversábamos, yo describía la puesta del sol sobre las rocas y sobre el Océano y decía: venga Sebastiaõ. Y él repetía los versos de Tabaquería, mientras yo describía la tenue luz rosada, las nubes violáceas en el horizonte, en la hora que nos lleva a la nostalgia.

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… Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.              





             

viernes, 2 de noviembre de 2018

Pinceladas en un paisaje social













A
lfonso se autocalifica de “liberal”. Él no sabe ni bien ni mal qué es ser liberal, ni falta que le hace, pero se lo oyó a doña Esperanza Aguirre y le gustó. Y la Sra. Aguirre es para don Alfonso todo un referente político. Le sonó bien lo de “liberal”, le sonó a moderno, se lo apuntó y lo usa. Y si Esperanza es “liberal”, pues él también lo es, seguro.

Alfonso lleva unos cuantos años retirado; a él le gusta decirlo así. Pasa parte del verano en su finca de Málaga, y el resto del año vive en su chalé de la sierra madrileña, en las cercanías de un pueblo en el que la burguesía capitalina se aposentó a principios del pasado siglo. Chalé que le construyó su socio Gerardo, constructor, promotor inmobiliario y también “liberal”, por supuesto. Hace unos años, cuando comenzaron los problemas con los secesionistas catalanes, Alfonso pidió a Gerardo que le colocasen un mástil en su casa; y desde entonces iza a diario la enseña patria, la rojigualda, en un emotivo acto en que congrega a todo el que está cerca y se deja congregar. Generalmente no logra más asistencia que la de la empleada doméstica ecuatoriana, que así se asegura ­-piensa ella- la permanencia en el tajo, incluso aportando alguna trabajada lagrimita de emoción. Un sencillo homenaje a la patria ofendida y amenazada por separatistas y demás enemigos consuetudinarios.

Tratar de entender la procedencia de los dineros de Alfonso es empresa complicada. Más aún si es él quien lo explica. En una aproximación generosa y didáctica para auditorios legos en asuntos financieros, le gusta decir que todo proviene de su cuidadosa observancia de una máxima repetida por su abuelo paterno: Comprarás y venderás, pero no fabricarás. Las dificultades comienzan al pretender indagar sobre la procedencia y naturaleza de lo mercadeado.

La formación académica de Alfonso fue escueta, no llegó a terminar lo que entonces era el bachillerato elemental. Nadie le exigió más. ­­Ni falta que le hace, solía decir su padre, ya le enseñaré yo lo que tiene que saber. Y se lo debió de enseñar, sí. No obstante, Alfonso considera que su posición social le obliga a ser selectivo en lo referente a sus relaciones sociales, y procura moverse entre lo que él llama y considera gente de carrera y nivel.

Todos los días baja al pueblo a tomar el aperitivo y charlar un rato con los amigos. A diario utiliza el coche pequeño, es más discreto y se aparca mejor.

Sus contertulios habituales son un abogado y un economista, ya entraditos en años, socios propietarios en una empresa de gestión financiera que administra parte de su capital; fundamentalmente son participaciones en unas SICAV en las que órdenes religiosas y algún obispado son socios mayoritarios. Y esto, para Alfonso, es garantía.

Tanto el abogado como el economista son hombres que han sustituido la idea política por una mera añoranza del dictador. Apenas hay en ellos ideología, solo repulsa a la democracia parlamentaria y añoranza de la firme autoridad dictatorial. En el espacio sociopolítico de estas personas cada día parece haber menos discurso o argumentación ideológica, y solo queda simple apología del franquismo; apología cada día menos recatada, si alguna vez lo ha sido.

Cuando sí utiliza Alfonso el coche grande es los domingos para ir a la misa de doce, con su señora luciendo galas. Y como son muchos los que quieren enseñar coche y galas, es de ver la que se forma en las inmediaciones de la iglesia. También hay que asegurarse que se vean los billetes que caen en el cestillo, y que garantizan las visitas de las monjitas de la parroquia, con su furgonetilla, a la ya muy anciana y achacosa madre de Alfonso, a la que reconfortan.

Y después viene el ballet del aperitivo dominical, en el que también hay que dejarse ver luciendo el más amplio marisqueo.

La vida social de Alfonso se complementa con las reuniones locales del partido, más en estos momentos de preocupante fraccionamiento de la derecha, y las cenas de correligionarios en apoyo de alguna causa justa. También están las bodas, comuniones y bautizos; esas ceremonias entre visones y cibelinas que, como dice Alfonso, ya solo existen para la gente de orden.

Ni que decir tiene que aumentando algo el diámetro del tubo por el que hoy enfoco este paisaje social, aparecerán otras realidades paralelas en tiempo y espacio. Qué duda cabe. Eso hace posible que algunos puedan vivir en algunos sitios. Aunque todo parece indicar que esta permeabilidad ideológico-social disminuye en nuestros días. Recientes acontecimientos, que están en la memoria de todos, hacia esto apuntan.


    

  


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