viernes, 2 de noviembre de 2018

Pinceladas en un paisaje social













A
lfonso se autocalifica de “liberal”. Él no sabe ni bien ni mal qué es ser liberal, ni falta que le hace, pero se lo oyó a doña Esperanza Aguirre y le gustó. Y la Sra. Aguirre es para don Alfonso todo un referente político. Le sonó bien lo de “liberal”, le sonó a moderno, se lo apuntó y lo usa. Y si Esperanza es “liberal”, pues él también lo es, seguro.

Alfonso lleva unos cuantos años retirado; a él le gusta decirlo así. Pasa parte del verano en su finca de Málaga, y el resto del año vive en su chalé de la sierra madrileña, en las cercanías de un pueblo en el que la burguesía capitalina se aposentó a principios del pasado siglo. Chalé que le construyó su socio Gerardo, constructor, promotor inmobiliario y también “liberal”, por supuesto. Hace unos años, cuando comenzaron los problemas con los secesionistas catalanes, Alfonso pidió a Gerardo que le colocasen un mástil en su casa; y desde entonces iza a diario la enseña patria, la rojigualda, en un emotivo acto en que congrega a todo el que está cerca y se deja congregar. Generalmente no logra más asistencia que la de la empleada doméstica ecuatoriana, que así se asegura ­-piensa ella- la permanencia en el tajo, incluso aportando alguna trabajada lagrimita de emoción. Un sencillo homenaje a la patria ofendida y amenazada por separatistas y demás enemigos consuetudinarios.

Tratar de entender la procedencia de los dineros de Alfonso es empresa complicada. Más aún si es él quien lo explica. En una aproximación generosa y didáctica para auditorios legos en asuntos financieros, le gusta decir que todo proviene de su cuidadosa observancia de una máxima repetida por su abuelo paterno: Comprarás y venderás, pero no fabricarás. Las dificultades comienzan al pretender indagar sobre la procedencia y naturaleza de lo mercadeado.

La formación académica de Alfonso fue escueta, no llegó a terminar lo que entonces era el bachillerato elemental. Nadie le exigió más. ­­Ni falta que le hace, solía decir su padre, ya le enseñaré yo lo que tiene que saber. Y se lo debió de enseñar, sí. No obstante, Alfonso considera que su posición social le obliga a ser selectivo en lo referente a sus relaciones sociales, y procura moverse entre lo que él llama y considera gente de carrera y nivel.

Todos los días baja al pueblo a tomar el aperitivo y charlar un rato con los amigos. A diario utiliza el coche pequeño, es más discreto y se aparca mejor.

Sus contertulios habituales son un abogado y un economista, ya entraditos en años, socios propietarios en una empresa de gestión financiera que administra parte de su capital; fundamentalmente son participaciones en unas SICAV en las que órdenes religiosas y algún obispado son socios mayoritarios. Y esto, para Alfonso, es garantía.

Tanto el abogado como el economista son hombres que han sustituido la idea política por una mera añoranza del dictador. Apenas hay en ellos ideología, solo repulsa a la democracia parlamentaria y añoranza de la firme autoridad dictatorial. En el espacio sociopolítico de estas personas cada día parece haber menos discurso o argumentación ideológica, y solo queda simple apología del franquismo; apología cada día menos recatada, si alguna vez lo ha sido.

Cuando sí utiliza Alfonso el coche grande es los domingos para ir a la misa de doce, con su señora luciendo galas. Y como son muchos los que quieren enseñar coche y galas, es de ver la que se forma en las inmediaciones de la iglesia. También hay que asegurarse que se vean los billetes que caen en el cestillo, y que garantizan las visitas de las monjitas de la parroquia, con su furgonetilla, a la ya muy anciana y achacosa madre de Alfonso, a la que reconfortan.

Y después viene el ballet del aperitivo dominical, en el que también hay que dejarse ver luciendo el más amplio marisqueo.

La vida social de Alfonso se complementa con las reuniones locales del partido, más en estos momentos de preocupante fraccionamiento de la derecha, y las cenas de correligionarios en apoyo de alguna causa justa. También están las bodas, comuniones y bautizos; esas ceremonias entre visones y cibelinas que, como dice Alfonso, ya solo existen para la gente de orden.

Ni que decir tiene que aumentando algo el diámetro del tubo por el que hoy enfoco este paisaje social, aparecerán otras realidades paralelas en tiempo y espacio. Qué duda cabe. Eso hace posible que algunos puedan vivir en algunos sitios. Aunque todo parece indicar que esta permeabilidad ideológico-social disminuye en nuestros días. Recientes acontecimientos, que están en la memoria de todos, hacia esto apuntan.


    

  


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