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lfonso se autocalifica de “liberal”.
Él no sabe ni bien ni mal qué es ser liberal, ni falta que le hace, pero se lo
oyó a doña Esperanza Aguirre y le gustó. Y la Sra. Aguirre es para don Alfonso
todo un referente político. Le sonó bien lo de “liberal”, le sonó a moderno, se
lo apuntó y lo usa. Y si Esperanza es “liberal”, pues él también lo es, seguro.
Alfonso lleva unos cuantos
años retirado; a él le gusta decirlo así. Pasa parte del verano en su finca de
Málaga, y el resto del año vive en su chalé de la sierra madrileña, en las
cercanías de un pueblo en el que la burguesía capitalina se aposentó a
principios del pasado siglo. Chalé que le construyó su socio Gerardo,
constructor, promotor inmobiliario y también “liberal”, por supuesto. Hace unos
años, cuando comenzaron los problemas con los secesionistas catalanes, Alfonso
pidió a Gerardo que le colocasen un mástil en su casa; y desde entonces iza a
diario la enseña patria, la rojigualda, en un emotivo acto en que congrega a
todo el que está cerca y se deja congregar. Generalmente no logra más
asistencia que la de la empleada doméstica ecuatoriana, que así se asegura -piensa
ella- la permanencia en el tajo, incluso aportando alguna trabajada lagrimita
de emoción. Un sencillo homenaje a la patria ofendida y amenazada por
separatistas y demás enemigos consuetudinarios.
Tratar de entender la
procedencia de los dineros de Alfonso es empresa complicada. Más aún si es él
quien lo explica. En una aproximación generosa y didáctica para auditorios legos
en asuntos financieros, le gusta decir que todo proviene de su cuidadosa
observancia de una máxima repetida por su abuelo paterno: Comprarás y venderás, pero no fabricarás. Las dificultades
comienzan al pretender indagar sobre la procedencia y naturaleza de lo
mercadeado.
La formación académica de
Alfonso fue escueta, no llegó a terminar lo que entonces era el bachillerato
elemental. Nadie le exigió más. Ni falta que le hace, solía decir su padre, ya
le enseñaré yo lo que tiene que saber. Y se lo debió de enseñar, sí. No
obstante, Alfonso considera que su posición social le obliga a ser selectivo en
lo referente a sus relaciones sociales, y procura moverse entre lo que él llama
y considera gente de carrera y nivel.
Todos los días baja al
pueblo a tomar el aperitivo y charlar un rato con los amigos. A diario utiliza
el coche pequeño, es más discreto y se aparca mejor.
Sus contertulios habituales
son un abogado y un economista, ya entraditos en años, socios propietarios en
una empresa de gestión financiera que administra parte de su capital; fundamentalmente
son participaciones en unas SICAV en las que órdenes religiosas y algún
obispado son socios mayoritarios. Y esto, para Alfonso, es garantía.
Tanto el abogado como el
economista son hombres que han sustituido la idea política por una mera
añoranza del dictador. Apenas hay en ellos ideología, solo repulsa a la
democracia parlamentaria y añoranza de la firme autoridad dictatorial. En el
espacio sociopolítico de estas personas cada día parece haber menos discurso o
argumentación ideológica, y solo queda simple apología del franquismo; apología
cada día menos recatada, si alguna vez lo ha sido.
Cuando sí utiliza Alfonso el
coche grande es los domingos para ir a la misa de doce, con su señora luciendo galas.
Y como son muchos los que quieren enseñar coche y galas, es de ver la que se
forma en las inmediaciones de la iglesia. También hay que asegurarse que se vean
los billetes que caen en el cestillo, y que garantizan las visitas de las
monjitas de la parroquia, con su furgonetilla, a la ya muy anciana y achacosa
madre de Alfonso, a la que reconfortan.
Y después viene el ballet
del aperitivo dominical, en el que también hay que dejarse ver luciendo el más
amplio marisqueo.
La vida social de Alfonso se
complementa con las reuniones locales del partido, más en estos momentos de
preocupante fraccionamiento de la derecha, y las cenas de correligionarios en
apoyo de alguna causa justa. También están las bodas, comuniones y bautizos; esas
ceremonias entre visones y cibelinas que, como dice Alfonso, ya solo existen para
la gente de orden.
Ni que decir tiene que
aumentando algo el diámetro del tubo por el que hoy enfoco este paisaje social,
aparecerán otras realidades paralelas en tiempo y espacio. Qué duda cabe. Eso
hace posible que algunos puedan vivir en algunos sitios. Aunque todo parece
indicar que esta permeabilidad ideológico-social disminuye en nuestros días. Recientes
acontecimientos, que están en la memoria de todos, hacia esto apuntan.
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