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on emoción reviso viejos papeles
que me introducen en los años de juventud de mi abuelo José. Abro una cajita
que debe llevar muchos, muchos años cerrada; en ella mi abuelo guardó algunas
de esas insignificancias que nos significan: dibujos de sus nenas, sus primeras
letras, un intento de bordado… Hay un cuadernito con anotaciones diarias entre
los meses de mayo y agosto de 1918. En esa época mi abuelo ejercía de médico en
un pequeño pueblecito cercano a Madrid: Alcobendas. Tenía a su mujer, mi abuela,
embarazada, en casa de los padres de él, en Madrid. Mi bisabuelo Nicolás
también era médico.
José va anotando el trajín
diario de su vida en aquellos días entre Alcobendas y Madrid: el difícil
transporte, las caminatas hasta el tranvía de Fuencarral, la consulta, las
visitas en el pueblo y las que con frecuencia tenía que realizar -a caballo-
a la Moraleja, donde vivía la familia de la marquesa de Aldama. José anota y
cuantifica las horas diarias que logra sacar para estudiar los temas de la
oposición que prepara al Ayto. de Madrid, y que aprobó al año siguiente.
José escribe con ese
lenguaje que usamos para nosotros mismos, sin pensar en posibles lectores. Yo
lo leo con unción, como en un rito de trascendencia a nuestra condición.
Trascribo
la anotación del día 25 de mayo:
… de
madrugada me despierta Matilde, pues tiene algún dolor que resistimos hasta las
6, que se acentúan y avisamos a Soler. A las 9 da a luz una nena que tengo que
asistir yo, pues Soler, cuando llega, ya estoy lavando a Matilde; me ayuda
papá, que se encarga de arreglar a la nena. Pasan el día bien.
Aquel
sábado, 25 de mayo de 1918, llegó al mundo mi tía Cecilia, hermana menor de mi
madre, le esperaban las manos de su padre, y después las de su abuelo.
Mi tía
Cecilia fue una mujer inteligente, magníficamente formada, con extraordinarias
dotes para el dibujo. Fue una buena pintora y una buena restauradora; por sus
manos pasaron muchos de los mejores cuadros de las colecciones reales. En la
cajita de mi abuelo hay algún dibujo de su infancia.
Seguiré
viendo y clasificando papeles. Quien sabe si dentro de cien años alguien se
entretendrá de nuevo con ellos; aunque ya no quepa la emoción de lo cercano.
Por mí, que no quede.
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