uatro mil años llevan
sonando en el mundo los cánticos del barrendero de este pueblo. Mantras
védicos. Sánscrito, sánscrito védico. El idioma de los dioses. Y uno no es
capaz de reconocerlo; no sabe nada al respecto.
… la repetición de estrofas, de sonidos, el ritmo, ayudan a la mente en
la liberación de lo material, facilitan la meditación. Es como ese cabeceo de
los judíos al rezar, las letanías o la aparentemente absurda repetición de
avemarías de los católicos. La meditación me ayuda mucho. Hago mi trabajo
mientras entono las ancestrales salmodias que ponen mi espíritu lejos de la
basura que recojo. Hasta que llega la hora de cambiar la escoba por los pinceles
y mi otro yo del día se enfrenta al lienzo…
No he vivido nada que pueda
acercarme a las experiencias del barrendero. Mientras me habla recuerdo
aquellos rosarios del fin del día en el colegio; teníamos perfectamente
cronometrado lo que duraban con cada fraile. Ninguno se acercó nunca a las
marcas del pequeño de aquellos dos hermanos. Recuerdo que también se le daba
bien el frontón. He oído que después de la frontera del 75 dejó los hábitos y
se casó con la hija de un fabricante de pegamentos vecino del colegio.
Nunca sentí los efectos de
la repetición de avemarías.
El barrendero sigue adelante
con su escoba, su pala, su carrito, su cántico y su meditación. Y yo me quedo
con mis limitaciones, con la falta de esas experiencias.
Gracias, amigo barrendero,
por tus ratitos de charla, por condimentar algo el gris de cada día.
Ese es un personaje que todos desconocemos en este pueblo, pero a partir de esta lectura es posible que comience a cantar mis cosas: aunque nadie las entienda.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte. Me alegra haberte encontrado.
Gracias, Rafael.
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