8M
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ste ocho de marzo, una vez
más, he subido a la plaza de este pueblo en el que vivo a la concentración
conmemorativa del día de la mujer. Sé que este no es el sitio adecuado, lo sé,
pero hay que insistir. Tres, éramos tres, y un aburrido conjunto de cuatro
mozas cantoras contratado por el ayuntamiento, supongo. En vista de lo cual,
cumplido el trámite de asistir al que me obligo, me he dirigido a una tasca
adjunta a la plaza, donde me he tomado un chato de jumilla. En algo vamos a más,
ya está bueno hasta el jumilla.
Mi concepto de mujer lo
conformó en primer lugar mi madre, que ha sido la inteligencia, la
profesionalidad, el trabajo, la entrega, la renuncia, la honradez, el
referente, la madre…; después mi abuela materna que ha sido la dulzura, la abuela…;
y siempre mi esposa, a la que elegí y es, además, madre de mis hijos y abuela
de mis nietos.
Y con carácter general veo
en la mujer el ser en que poner esperanza, pues ha hecho y hace posible la
continuidad y progreso de la especie, por ser capaz de compensar, con
inteligencia, dolor y sacrificio, la tan común estupidez, continuada en el tiempo,
del arrogante y violento varón.
Pero parece ser que esta
concepción de lo humano ya es una antigualla simplificadora. Si algo ha distinguido
este 8M ha sido la expulsión de IU de todo un referente de la izquierda, del
feminismo y de la lucha contra la dictadura: doña Lidia Falcón, una anciana
luchadora digna de todos los respetos. Supongo yo. Y con ella se expulsa al partido
feminista.
El feminismo, la lucha de la
mujer por alcanzar un plano de igualdad de derechos y oportunidades con el
varón, ¿ha dejado de tener sentido para la juventud de izquierdas? Quiero creer que no.
El feminismo es lo que es y
ha sido durante siglos. Los movimientos reivindicativos de otras realidades de
la sexualidad humana que necesiten su cauce legal y social no tienen por qué
ser a costa de destruir o desnaturalizar la vieja lucha feminista.
Hoy se nos habla de
relativismos que se hacen difíciles de entender. Pero hay dos cuestiones que me
parecen especialmente incompatibles con mi concepto de la dignidad humana:
aceptar la gestación por encargo de terceros y la legalización de la
prostitución.
La gente de mi edad, los que nos
consideramos de izquierdas, tuvimos que construir el más o menos sólido armazón
de nuestro pensamiento casi a pelo, sin libro de instrucciones, o más bien en
contra del libro de instrucciones que se nos entregó. Seguro que tenemos asignaturas pendientes. Seguro.
Tambien estoy seguro de la necesidad de redefinir la izquierda… y los partidos políticos.
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