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n tiempo invernal ha
venido a interrumpir mi diaria y puntillosa observación de la primavera. Es
afición de todos los años, pero en este, con el encierro por la pandemia, la
dedicación estaba siendo mucho más amplia y detallada. La situación hace
patente el enorme privilegio de disponer de un trozo de tierra en que observar el
consuetudinario renacer del mundo; más en estos momentos, en que el fenómeno
contrasta con la estupefacción ante la tragedia. No se puede por menos de
pensar que ambas cosas, primavera y pandemia, son parte de la misma realidad,
la nuestra, nuestra condición, nuestro medio, que solemos olvidar.
No hay día en que no
piense en esas familias encerradas en pequeños pisos, con niños que reclaman de
continuo su derecho a salir al mundo. Si hacemos extensivo ese pensar a la
situación de la mayoría de los humanos, podemos caer en la desesperanza.
Esta mañana, al levantarme
y mirar por la ventana, he visto cubiertos de nieve los esquejes de geranio plantados
el otro día. Hay una luz gris. Nadie pasa por la calle. En el número ocho
seguimos encerrados.
En el nº 1 de una cercana calle, también permanecemos encerrados y observando con sobrado tiempo, el comienzo de la primavera.
ResponderEliminarDigo yo que aún nos quedará por visitar alguna tasca, y entre chato y chato charlar sobre el expositor de héroes y miserables que está resultando este triste e inesperado capítulo de nuestra vida. Así somos los humanos. No sé cuándo será, pero algún día, pronto, saldremos. Con precaución. Asomando la nariz. Pero saldremos. Digo yo.
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