miércoles, 8 de abril de 2020

El Coto quiteño















ndamos los humanos que todavía andamos, en este país especialmente acosado por la inusitada pandemia, sobrellevando el mayor o menor desasosiego pessoano en que nos tiene el encierro. Desasosiego este, al fin y al cabo, de los privilegiados a los que no nos ha tocado de cerca el horror que se nos muestra a diario.

No alivian nuestra tribulación las contradictorias estadísticas, ni las predicciones gratuitas, ni los gráficos ni las curvas con que nos atosigan. Solo está claro lo poco claro que está todo, y lo poco que saben los pocos que podían saber un poco. Solo lo tienen claro, como siempre, esos políticos que se frotan las manos y ven en este momento de espanto su momento; y esos importadores, intermediarios, periodistas, funerarios y demás sabandijas dedicadas a obtener medro del dolor del prójimo. Y al lado de esta miseria, siempre, el contrapunto de la bondad humana, que consuela. Esta dualidad define nuestra especie.

¿Qué mundo encontraremos al salir del encierro? Más pobre, desigual e injusto, seguro. Tampoco es difícil vaticinar que nos encontremos con unos conciudadanos menos ilusionados, menos partidarios de la Europa que nos da la espalda en momento tan difícil. Unos ciudadanos con menos confianza en esta España, en su sistema económico e industrial, que ha sido incapaz de suministrar lo indispensable en la crisis. Y como consecuencia, desgraciadamente, unos ciudadanos más proclives a buscar donde no hay, a adjudicar absurdas culpas, más inclinados a creer las estupideces de tanto salvador de la patria como suele aparecer en estos casos. Y este es un riesgo importante.

Pues estaba yo, por poner distancia con la realidad circundante, disfrutando de las tallas, encarnaduras, estofados y delicadezas de los belenes barrocos quiteños. Con el renacimiento y el mudéjar que llevan a América los españoles se inicia algo que tiene su más gloriosa floración en el posterior barroco que allí surge. El mestizaje de lo europeo y lo criollo con lo indígena da entonces sus mejores frutos. Digo que andaba yo entre ángeles, pastores, reyes magos, indios, mestizos y criollos, cuando doy con un personaje: El Coto, que me parece, no sé bien por qué, concordar con esta realidad desquiciante que ahora nos circunda.

Ignoro el significado de esta figura que hoy somos incapaces de leer. Imagino raíces en la hondura del cataclismo que debió ser la llegada de los europeos; supongo que aglutina tradiciones indígenas, resistencias a la religión impuesta, incomprensión, reivindicación soterrada, burla oculta…, quién sabe qué.
Se trata de un viejo andrajoso, claramente europeo, tocado de teja clerical, tuerto, afectado de bocio (coto, cotudo), con una guitarra en su mano izquierda, una especie de ¿látigo? en la derecha y montando un macho cabrío sobre el que se amontona una carga de objetos de todo tipo. La figura induce a pensar en la locura y a relacionar esta con la enfermedad endocrina que evidencia. Enfermedad no aportada por los europeos, como sí lo es la absurda montura del orate.

No somos capaces de leer el significado de El Coto, pero pueden bastarnos las fantasías que nos inspire su figura. Sobre el virus necesitamos certezas científicas, armas para defendernos y poder continuar nuestra aventura. Quizás es lo mismo que buscaba el artesano quiteño que talló la imagen del viejo loco.










  


  

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