lunes, 20 de abril de 2020

Verde y parado










bril cumple su promesa de agua y el mundo está verde, espléndidamente verde. Y parado. Verde y parado.

 Por esta calle apartada solo caminan las pocas gentes apresuradas que van a hacer sus compras. También caminan aquellos para los que esto no va con ellos; pasean indiferentes a lo que les circunda; no va con ellos; pasean, eso sí, bien pertrechados de todos los adminículos de protección para que los apestados ─el resto de la humanidad─ no les trasmitan sus pestilencias. Bien es verdad que son minoría.

 Menos minoritarios son los libres paseantes canibípedos. No sé a que extremo de la correa se ha otorgado tan incomprensible prerrogativa, pero es difícil de entender en uno u otro caso. Hasta el momento, el más chocante privilegio de estas simbiosis canibípedas era mantener al resto de los ciudadanos inundados de caca (salvo sea lo salvable), pero ahora hemos de añadir este nuevo y, si cabe, más descabellado privilegio: pasear libremente por las calles desiertas de este mundo parado y atónito.

Parece ser que se estudia el modo y manera en que los niños de determinadas edades puedan acceder a los derechos y prerrogativas que ya tienen los canibípedos, y salir a desfogar su vitalidad encerrada desde hace tantos días. Veremos a ver en qué queda el proyecto gubernamental.

Un día de estos alguien escribía que es la primera vez en la historia que se para el mundo; es muy probable que así sea. Y en estas circunstancias es difícil gobernar; más en un país con la tradición cainita que tiene el nuestro. Según lo dispuesto una persona no puede ir a regar su huerto, a doscientos metros de su casa y en un pueblo de cien vecinos. A no ser que tenga perro, claro. Son muchas las incongruencias. Quizás la mayor sea no entender que estas se produzcan.





   











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