Florecen los azareros que
plantaron los pájaros y yo dejé crecer, aboné y podé. Nada medra más que lo nacido
espontáneo. Es el tiempo en que los pollos de los mirlos, que saltaron del nido
antes de tiempo, te salen al paso, apenas emplumados, abriendo el enorme pico,
pidiendo comida a cuanto se mueve. Las tretas de los padres para alejarte, para
alimentarlos ocultos en la maleza, no impedirán su destino de ser cena de gato.
Una pequeña tragedia, apenas nada comparado con la matanza que mi insecticida
produce en las colonias de pulgones que medran en los brotes de la yedra pastoreados
por las hormigas. Así es el mundo. Los grandes desequilibrios, algunos quizá
irremediables, los producen esos extraños mamíferos, con un inusitado
desarrollo cerebral, que somos los humanos. Un desarrollo cerebral que nos ha
hecho capaces del arte, la ciencia, la bondad y la maldad. Capacidades no
alcanzadas por ninguna otra especie animal.
Sigue habiendo mayo. Sol,
nubes, chaparrones, calor y fresco: mayo. Esto tranquiliza. Intranquiliza un
futuro que se va haciendo presente entre los pliegues de la pandemia. Un futuro
tecnológico, diseñado por el dinero para hacer dinero, que aprovecha este
momento de pasmo humano para ir aflorando. Un futuro que tendrá que ser remodelado
por sus perjudicados en la medida que puedan, con mucho sufrimiento, como
siempre ha sido.
Las que no medran son las
tomateras, necesitan más sol.