domingo, 20 de junio de 2021

Bernardo Liérganes

 

 

 


 

 


estas alturas de junio es incomprensible este tiempo, hace frío. Los viejos se juntan en los bancos del parque, charlan, recuerdan.

─En mi juventud era corriente ver en la obra un grupo de hombres escafilando azulejos. Eran azulejos de principios del siglo pasado, para su reposición en nuevos alicatados en los que el precio del material nuevo justificaba la mano de obra de escafilar los viejos. También se escafilaban azulejos de tiempos anteriores por la calidad del propio azulejo, para su reposición en restauraciones. Supongo que hoy, los más inquietos, tendrían que ir a la RAE a buscar el verbo escafilar. … por favor, escantílleme usted pañeando desde los haces de afuera. Yo era un niño, un mero aprendiz, y se me trataba de usted y por favor. No tengo memoria de dificultad para entender ese vocabulario que he usado durante muchos años, hasta que la gente del oficio dejó de entenderlo, de utilizarlo. Tengo la sensación de haberlo conocido de siempre. Hoy no sé si hay alguien que lo use. Creo que no. Tampoco sé si se usa ya otro lenguaje que me fue imprescindible años y años: el dibujo de los detalles arquitectónicos sobre el yeso de la obra. Claro que para su uso hacía falta la inteligencia de aquel a quien se lo contabas, se lo dibujabas, aquella figura fundamental: el maestro de obras, el encargado que fue después. Tampoco sé si existe ya esa figura como la conocí, surgida siempre de una rigurosa selección de la inteligencia entre los obreros cualificados. Me temo, casi me atrevo a decir que esa figura no existe, no sé si hay cualificación de donde pueda salir.

─Este asunto de la falta de gente cualificada en la construcción me ha recordado a una persona que algunos de nosotros conocimos: Bernardo Liérganes.

─Ya lo creo que le conocí, le conocí y le aprecié, cuando ya era un hombre mayor que infundía respeto, que imponía.

─Aprendió el oficio con buenos maestros. Era trasmerano, de Liérganes, de donde se vino la familia a Madrid cuando él aún era niño. Supongo que por medio de algún conocido su padre había sido contratado para el mantenimiento de los palacios y posesiones de una gran casa, los duques de A…, una de esas familias que se reparten buena parte de España. Bernardo tenía una inteligencia despierta, y su sensibilidad permitió que se le fuese depositando ese poso que distingue a los capaces de crear y apreciar la belleza.

─Así era, tenía ese poso, lo has definido bien.

─Algo le daría la tradición de su tierra.

─Es de suponer. Si existe ese poso es en la Trasmiera.

─Como sabéis, yo comencé muy joven a trabajar con él, y mucho me enseñó. Por entonces ya era un hombre mayor, y debió ver en mí un oído atento.  Entre cuestiones profesionales me fue dejando caer su historia. A principios de 1937 su quinta fue llamada a filas, pero él no llegó a incorporarse. El ambiente en el que se movía por entonces le acercaba emocionalmente a los sublevados, y a ese lado se pasó una noche por algún recoveco de la Ciudad Universitaria controlado por la quinta columna. Tras la guerra, Bernardo participó en la restauración de edificios de los aristócratas para los que trabajaba su padre. Su conocimiento práctico de los oficios se completó con el teórico, al ser incorporado a su oficina técnica por un aparejador que supo ver su valía. Recuerdo sus libretas taquimétricas, con una pulcritud y una caligrafía admirables. Tenía buena mano para el dibujo. Hablaba con el deje de los albañiles madrileños de entonces, aquellos albañiles de blanco, con gorrilla y alpargatas, mantenedores de la ya perdida tradición de la albañilería catalana.  Durante unos años Bernardo trabajó para distintas empresas especializadas, hasta formar la suya propia, a la que incorporó a bastantes de los mejores artesanos que conocía. Su buen hacer le hizo imprescindible en los organismos públicos que por entonces se encargaban de mantener el patrimonio arquitectónico.

─Yo le conocí en una posición política muy distinta a la que nos dices.

─Lo sé, lo sé. Con el tiempo, con sus lecturas, su inteligencia y el trato con personas de otros estratos sociales y culturales, se fue modelando su pensamiento sociopolítico. Ni el éxito profesional ni la prosperidad económica menoscabaron su natural humildad. Siempre fue hombre libre de toda afectación. Se consideraba un obrero y así se ofrecía al prójimo.

─Coincidí con él en 1974, cuando fue detenido por su activismo en las Comisiones Obreras. Salió libre tras la muerte del dictador y ya nunca abandonó su compromiso sociopolítico. Trabajó en la repatriación de los líderes históricos de la izquierda, en lo que colaboré con él.

─Lo que no supo Bernardo fue trasmitir esos valores a sus hijos. Como tantas veces suele ocurrir su empresa no resistió el cambio a la siguiente generación, a pesar de la exquisita formación que recibieron. Con Bernardo se fueron jubilando los artesanos de su equipo. La desaparición del tradicional sistema de aprendices y el fracaso de las alternativas de formación, crearon ese vacío en los oficios artesanales de la construcción del que tanto hemos hablado.

─Así fue. En la empresa de Bernardo dejó de hablarse de labras, trinchantes, cales y revocos y comenzó a hablarse de marketing y productividad. Bernardo murió, y su empresa al poco tiempo. Los hijos vivieron, mientras duró, del pequeño capital que juntó Bernardo. Hoy no sé nada de ellos.

La tormenta parece inminente, y los viejos se van dispersando con adioses de las manos alzadas. No parece junio.