s posible que la inmensa mayoría de los humanos que creemos comer bien, en esta parte del mundo donde vivimos los privilegiados que comemos bien, no tengamos ni idea de lo que es comer bien. Es posible que no tengamos ni idea de a qué sabe lo que sabe bien. Lo digo porque los que componemos esa inmensa mayoría nunca hemos comido ─ni pensamos comer─ en los restaurantes de esos grandes cocineros de los que tanto hablan los periódicos, esos restaurantes con menús de precios sobre los 250 €. Cabe suponer que estos cocineros sean los definidores y creadores de lo rico. Digo yo. Conocimiento negado a esa inmensa mayoría condenada a vivir en la ignorancia.
Me asombra que, en estos
días, una noticia haya llenado páginas de periódicos en competencia, nada
menos, que con la última boutade de la ínclita Sra. Ayuso. Y es que el
restaurante Diverxo sube el precio de su menú a 365 €.
¿A quién interesa esta noticia?
Pudiera ser que los
periodistas estén procurando inducir a los ciudadanos a un análisis sociológico
de nuestro tiempo. Pudiera ser.
La realidad es que los
sufridos componentes de esa mayoría de humanos ─de esta parte del mundo en que
se come─ nos apañamos con los humildes saberes y sabores heredados de los
ancestros, y lo vamos llevando bastante bien. Algunos, incluso, estamos
convencidos de que si alguna aportación a esto del comer tiene autentica
importancia, son las sopas de ajo. Su desconocida creadora ─qué duda cabe de
que fue una mujer─ ya debería tener su monumento en algún rincón de las tierras
de pan llevar. Y en las otras.
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