Q
uizá sea demasía calificar
de apocalíptico el tiempo de desmesuras acumuladas que nos está tocando vivir. Pero
si ponemos oído a los científicos, escucharemos que ya estamos en un capítulo
avanzado de ese fin de los tiempos anunciado. Sabemos desde hace mucho, nos lo
reiteran los que de eso saben, que el mundo no resiste nuestra forma de vida.
Sin embargo, es poco o nada lo hecho al respecto, apenas testimoniales las
medidas tomadas para mitigar este cambio climático de causas tan conocidas y de
efectos tan dramáticos como los que ya sufrimos.
Los profanos no vemos nada
claro cuál es la energía alternativa de futuro en el mundo. En realidad, muchos
no vemos claro cuál es el futuro del mundo. Los políticos solo ofrecen
confusión. La vieja Europa está vieja; los EE. UU. en manos de un anciano incapaz
de un liderazgo; la G.B. gobernada por un payaso… Y en tanto, la Rusia de
Putin, como ariete de lo que quiera que sea ariete, ataca Ucrania y pone en un
brete al mundo occidental, al sistema del mundo occidental. Lo que quiera que
esté tras el ariete de Putin pretende la hegemonía en un mundo agónico.
Miedo dan las alternativas
que, por el momento, la senil Europa da al gas siberiano: regreso a las
centrales térmicas y a las nucleares. Tremendo paso atrás.
España, naturalmente, es
distinta. Un elegante señor, pomposo director de la empresa pública dedicada a
conducir el gas por tuberías, nos habla del hidrógeno que, en un pispás,
conducirán estas mismas tuberías, solucionando todos nuestros problemas
energéticos. Nada nos dice de cómo se producirá ese hidrógeno.
A los viejos sobrevivientes
nos han hecho más viejos las pandemias, los confinamientos, el miedo, las
erupciones volcánicas, la guerra, el fuego, las inundaciones, las sequias, los
huracanes… Hemos visto nuestro pequeño mundo cotidiano, nuestra forma de vivir,
desaparecer en poco tiempo. Unos se niegan a salir de casa, otros nos deprimen hablándonos
de su depresión… Nos entristece recordar a los que se fueron y a los que eligieron
irse…
Oigo la campana de la
iglesia cercana a mi casa convocando a sus fieles. Los católicos ya han sido
advertidos desde los púlpitos para que no confundan los signos de nuestro
tiempo con los anunciados en el Apocalipsis bíblico. Pueden estar tranquilos.
De momento no llegan los caballos de san Juan. Todo sigue en orden. Las aceras
ya están tomadas por los bemeuves y los mercedes de los fieles que acuden al templo.
Todo sigue en orden.
Hace un calor insólito.
Los campos de España están
en llamas.
Las gentes del África
destruida por Europa siguen muriendo al tratar de escapar, ahogados en el mar o
aplastados en las vallas que los cercan.
Se escucha el desapacible
cacareo del gallo de la derecha.
La izquierda no se sabe dónde
está.
No serán tiempos apocalípticos,
quizá, pero tristes sí.
Son tiempos tristes.
He tenido unos días a los
nietos en casa. Son la alegría. Es difícil no pensar en el mundo que les
dejamos.