El pie derecho mantiene su vertical
función en el entramado, el barniz moderno resalta las huellas viejas, los
limpios mordiscos del filo de la azuela que le dio forma. Las arcillas que se
secaron al sol de la era y luego se recocharon en el horno, continúan su
trabajo en la fábrica, unidas por las hiladas de mortero de arenas de las
terrazas del Manzanares aglomeradas por la cal, la cal que aglomeró a la
civilización.
Este viejo muro medianero, todo funcionalidad
para quedar oculto, se muestra hoy al aire, ungido por aceites de nuestros días
para mejor servir en su nueva tarea: ornar los paramentos de una vieja taberna
en el viejo Madrid, en el barrio viejo de palacio.
Bienvenida sea la nueva función. Y sea
también homenaje a los antiguos saberes y a los artesanos que izaron el muro.
Aún creo escuchar el roce de la paleta limpiando las rebabas del mortero.
Sea, por mi parte, homenaje también a un
señor que vivió en la casa contigua, y que, siendo yo un niño, me enseñó los
primeros rudimentos del oficio. Al hombre le gustaba ir a esta taberna, por
entonces con otro aspecto, y a mi ir con él
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