l invierno se nos hace
largo a los viejos que estamos a la espera de que acabe, amagados al calor de
la estufa, a la espera de que vuelvan a ser hojas las yemas observadas día a
día, a la espera de los nuevos verdes, a la espera de esa propina que ya nos
parece el poder ver renacer el mundo un año más. No tenemos grandes fríos, eso
dicen los termómetros y eso alarma sobremanera a los científicos, pero en los
huesos de los viejos ese poco frío se cuela, se asienta y cuesta sacarlo. No
tenemos el horizonte lejano y prometedor que calienta el cuerpo de los jóvenes.
Invierno sin esperanza de
verdes es en el que nos están sumiendo a los viejos con las nuevas tecnologías.
El uso de tan magníficas herramientas, en muchos casos, es torpe, abusivo y
torticero. Al menos a mí me lo parece. Ya no son solo los bancos y demás
empresas privadas en busca de la reducción de plantilla, son también las
administraciones públicas complicando sobremanera trámites burocráticos al
forzar su realización por medios electrónicos. Los viejos solemos ser torpes en
la utilización de las últimas tecnologías informáticas, sí, qué duda cabe; tecnologías
que suelen manejar con soltura jóvenes sin formación específica y apenas
genérica. Y esto no ha hecho más que empezar. Quien sabe lo que cabe esperar
del uso de la IA por los actuales y oscuros poderes del mundo.
Invierno se nos hace el
asomarnos al mundo por los medios de comunicación. Los que pusimos juventud e
ilusión en la esperanza de un mundo más justo vemos con asombro derrumbarse lo
que creíamos conseguido en este último medio siglo. Vemos crecer la desigualdad
y la pobreza. Vemos hacerse asombrosamente más ricos a los que ya lo eran. Vemos
el derrumbe de lo público en favor de lo privado. Vemos hundirse la sanidad pública,
la enseñanza pública… Vemos crecer a los nostálgicos de la dictadura y sus
métodos, oímos el cacareo de sus voceros en todos los foros, y vemos,
preocupados, germinar su semilla entre jóvenes desalentados, desilusionados.
La izquierda europea en
general y la española en particular no supieron plantar cara al neoliberalismo,
pretendieron convivir con él, no supieron trasmitir a la gente el peligro, el
tremendo paso atrás que esas doctrinas socioeconómicas significaban para lo
conseguido en Europa tras la Segunda Guerra y en España tras la dictadura. Y
esos polvos trajeron estos lodos; algunos tan esperpénticos como los que
pretenden definir con una palabra tan absurda como anarcocapitalismo. Hoy por
hoy el gran enemigo sigue siendo el liberalismo económico trabajando para el
gran capital. Hoy por hoy me dan más miedo los emperejilados liberales que los
neonazis o neofascistas. Mañana no lo sé. El deterioro es muy rápido. Tenemos una
izquierda fraccionada en pequeños grupúsculos trabajando para conseguir su
pequeña parcela de poder; una derecha cautiva de sus extremos más
reaccionarios; y unos trasnochados nacionalismos, de todos los colores, que
usan y abusan de la situación. Tenemos una judicatura encastillada y escorada a
la banda por la que se escora. Tenemos un muestrario de las corruptelas más
variopintas y tenebrosas. Tenemos, por tener de todo, hasta un clero católico
levantado contra su jefe, un Papa argentino, un peligroso rojo, parece ser.
Pero lo más preocupante es
esa juventud desalentada y desilusionada a la que no se ha sabido ofrecer
futuro.
Aquellos de las melenas y
las trencas, a los que los Conesa y los Billy el Niño no llegaron a tirar por
la ventana, están un poco viejos, ya no están para carreras con los grises. Están,
en los mejores casos, amagados junto a la estufa, esperando que las yemas sean
nuevos verdes, escribiendo sus tonterías, reuniendo cosas de los que fueron para
los que son. Pasando el invierno. Asomando la nariz a un mundo en la frontera
de no se sabe qué, soportando arengas y monsergas que creían superadas. Pasando
el invierno.
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