Los humanos, los que nos llamamos humanos y nos hemos autoclasificado como homo sapiens, somos una confusa mezcla de homínidos en los que, en determinado momento, se produjo un inusitado desarrollo de la potencia cerebral. Algo que nos situó en un escalón muy por encima de los congéneres, animales y vegetales, igualmente producto de la química del carbono en este nuestro planeta.
El desarrollo de las
potencias cerebrales nos hizo capaces del asombro ante lo que nos rodea, asombro
que, de continuo, nos impulsa a tratar de conocer nuestro medio, entenderlo,
explicarlo e interpretarlo. Nos hizo también capaces de la maldad y de la
interpretación artística del mundo, dos capacidades definitorias, con
exclusividad, de lo humano.
La larga historia de los hombres,
tan corta en tiempo cósmico, es un asombroso amontonamiento de saberes, arte,
belleza y crueldad. Todo adobado con la continua presencia de otra de sus
constantes: la necesidad de buscar trascendencia a su condición, apoyo a su soledad y a su miedo, la busca de la
divinidad.
Una apasionante aventura
la de pasearse por la creación humana, en la faceta y medida que nuestra
formación y capacidad nos permita. Esto, y hurgar en los desconocido, nos
justifica.