Adjetivo de enjundia este,
debe de tener el latín muy cerca, pero se me antoja que puede definir el estado
de unos determinados viejos observantes de la realidad político social de
nuestro país. Me refiero a los integrantes de esa generación que, hace casi
medio siglo, puso a España entre las democracias europeas.
La política, en estos
nuestros aciagos días, ha dado en mero ejercicio de destrucción del adversario
por los más mezquinos y ruines métodos. El bulo, ideado y adobado en los despachos,
se lanza a la incontenible corriente de los “medios de comunicación social,” en
los que va dejando el poso buscado. Siniestros personajillos, a una y otra
mano, del partido o externalizados, hurgan en la vida e historia del adversario
político y su familia, a la pesca del dato utilizable en su contra. Y si no se
encuentra se fabrica, se moldea adecuadamente. Pero lo más preocupante, considero
yo, es la entrada en escena de una parte de la Judicatura, en este caso a una
sola mano, dispuesta a la actuación política corporativa y al enfrentamiento
con el segundo de los poderes del Estado.
La ufana parte de esa
generación apaleada por los grises, convencida de que el fruto de su larga
lucha es un sistema democrático capaz del control social de los poderes del
Estado, mira asombrada, estupefacta, este encastillamiento corporativo de una
parte mayoritaria del tercer poder. Con esto no se contaba… Y contra esto…
¿cómo se lucha?
La parte apaleada de esa
generación, además de asombrada, está vieja, no está para mas luchas. Tiene la
alarmante impresión de que el relevo es más escueto cada día. Ve el crecimiento
de ideologías que se consideraban superadas. Ve, estupefacta, la defensa de
arcaicos liberalismos económicos por los emergentes añorantes del franquismo. Ve
que, entre los jóvenes, resurgen idearios nazifascistas enterrados tras la
segunda gran guerra, salvo en España, claro, en que hubo que esperar a la
muerte del dictador al que indultaron los aliados.
La política de nuestros días
está en manos de personajes de escaso nivel. Los de una mano condicionados,
como siempre ha sido, por los poderes económicos. Los de la otra mano divididos
en facciones con intereses personalistas, o con luchas intestinas que también responden
a intereses personales, lo que distrae su trabajo por el bien común que los
justifica éticamente.
Y en ese mar pescan los
nacionalismos periféricos de siempre. Nunca sin tajada.
Y los viejos, esos viejos a
los que apalearon los grises, estupefactos. Que es adjetivo de mucha elegancia.