sábado, 20 de abril de 2013

De mercados, turistas y negocios municipales



Exteriores del madrileño mercado de San Miguel en 1955. La vida bulle.
  
     Para conocer las ciudades, para llegar a captar su carácter, es imprescindible dejarse la guía turística en casa. Hay que vagar por las calles sin rumbo ni prisa, observando a la gente, viendo sus tiendas, sus cafés, sus tabernas, sus mercados. Los mercados son imprescindibles; de ningún sitio podemos sacar tanta información como de estos hervideros de vitalidad donde la gente compra, vende, negocia y se relaciona; donde sabremos lo que comen y beben y podremos deducir su situación económica y la general del país. También es en ellos donde el estado de ánimo de la población se manifiesta con más claridad; pongamos en ellos el oído y el ojo y conoceremos de la alegría o del desánimo de los ciudadanos.
     Los mercados de Madrid, los pocos que van quedando, son singulares por su viveza y lo son sus comerciantes por el gracejo y el buen hacer. No he visto en ningún sitio el oficio tradicional de los pescaderos madrileños limpiando y preparando el pescado; cuando sales de esta ciudad echas de menos el saber hacer de los descendientes de aquellos maragatos que abandonaron su tierra y su oficio cuando el tren terminó con la arriería; y que aquí se hicieron pescaderos, ramo que conocían por el trajín ancestral de la materia prima.
  
 


Plaza de la Puerta de Moros en 1929, con el antiguo mercado de La Cebada al fondo.

 
     Y a la salida, en los bancos del carasol, seguro que hay una reunión de viejos con los que es fácil pegar la hebra; tampoco es esta mala fuente de información, los viejos no tienen prisa y te pueden situar en la perspectiva del tiempo con el despego del que está de vuelta. Podrás comprobar que ninguno es de Madrid; todos tienen su pueblo, y te hablarán de él con un deje madrileño entreverado de cualquier acento. Aquí, todo el mundo es de donde es, pero madrileño.
     Después, puedes ejercer el rito del chato y la tapa. Procura el valdepeñas de frasca en la pila de estaño y entre paisanaje, azulejos y maderas rojas. Queda poco de esto y hay que aprovecharlo mientras dure.
     Esta es ciudad con carácter y propicia para el vagabundeo. La vitalidad de sus calles ameniza el paseo. Es fácil andar por Madrid, el espectáculo vital alivia el cansancio de las piernas. Alguien se preguntará si es posible hablar del carácter de una ciudad tan grande, con barrios tan dispares social y económicamente, con tantos pueblos anexionados y con emigrantes de todo el mundo. Yo creo que algo hay, al margen de la idea tópica del irreal madrileñismo decimonónico de sainete, chisperos y manolas, algo hay, algo que impregna al que llega y termina haciéndole madrileño.
     Decía que van quedando pocos mercados en Madrid, y así es; el capital y las Administraciones Públicas siempre a su servicio - al del capital digo - están empeñados en terminar con ellos y con el pequeño comercio en general. Nos imponen los grandes centros comerciales a la manera yanqui, en los que todo lo tienen controlado. Hace unos pocos años vivimos con alegría la restauración del madrileñísimo mercado de San Miguel, y con tristeza la constatación de su nuevo uso lejos del original: ahora es un centro donde sacar los cuartos al pijerío y al turista incauto o con posibles, donde los vecinos con cesta de la compra y los amantes de los mercados, como un servidor, nada tenemos que hacer. Siempre tuve a este mercado por municipal, pero resulta que era privado. Ya se había ensayado el asunto en Chueca, en el mercado de San Antón, una zona en la que se presumía un nuevo público con alto poder adquisitivo y donde los vecinos de siempre, viejos de escuetas pensiones, no interesaban y fueron ignorados.  Municipal es el de La Cebada y está sentenciado; va a ser demolido para construir un centro comercial privado; de momento solo se han derribado las instalaciones deportivas municipales anejas, construidas también sobre el solar que ocupaba el antiguo mercado decimonónico, derribado en los años cincuenta del siglo pasado.
     Son los signos de los tiempos, las Administraciones Públicas piensan en rentabilizar sus inmuebles e inversiones, y el servicio público, lo público en general, está demodé, como lo estamos los que lo echamos de menos y nos indignamos por su destrucción.

Mercado de La Cebada en 1947. Fue construido en 1875 y derribado en 1956, siendo sustituido por el actual, también en proceso de demolición… pero ya no habrá mercado.



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