Y a
la salida, en los bancos del carasol, seguro que hay una reunión de viejos con
los que es fácil pegar la hebra; tampoco es esta mala fuente de información,
los viejos no tienen prisa y te pueden situar en la perspectiva del tiempo con
el despego del que está de vuelta. Podrás comprobar que ninguno es de Madrid;
todos tienen su pueblo, y te hablarán de él con un deje madrileño entreverado
de cualquier acento. Aquí, todo el mundo es de donde es, pero madrileño.
Después,
puedes ejercer el rito del chato y la tapa. Procura el valdepeñas de frasca en
la pila de estaño y entre paisanaje, azulejos y maderas rojas. Queda poco de
esto y hay que aprovecharlo mientras dure.
Esta
es ciudad con carácter y propicia para el vagabundeo. La vitalidad de sus
calles ameniza el paseo. Es fácil andar por Madrid, el espectáculo vital alivia
el cansancio de las piernas. Alguien se preguntará si es posible hablar del
carácter de una ciudad tan grande, con barrios tan dispares social y
económicamente, con tantos pueblos anexionados y con emigrantes de todo el
mundo. Yo creo que algo hay, al margen de la idea tópica del irreal madrileñismo
decimonónico de sainete, chisperos y manolas, algo hay, algo que impregna al
que llega y termina haciéndole madrileño.
Decía
que van quedando pocos mercados en Madrid, y así es; el capital y las
Administraciones Públicas siempre a su servicio - al del capital digo - están
empeñados en terminar con ellos y con el pequeño comercio en general. Nos
imponen los grandes centros comerciales a la manera yanqui, en los que todo lo
tienen controlado. Hace unos pocos años vivimos con alegría la restauración del
madrileñísimo mercado de San Miguel, y con tristeza la constatación de su nuevo
uso lejos del original: ahora es un centro donde sacar los cuartos al pijerío y al turista incauto o con posibles,
donde los vecinos con cesta de la compra y los amantes de los mercados, como un
servidor, nada tenemos que hacer. Siempre tuve a este mercado por municipal,
pero resulta que era privado. Ya se había ensayado
el asunto en Chueca, en el mercado de San Antón, una zona en la que se presumía
un nuevo público con alto poder adquisitivo y donde los vecinos de siempre,
viejos de escuetas pensiones, no interesaban y fueron ignorados. Municipal es el de La Cebada y está
sentenciado; va a ser demolido para construir un centro comercial privado; de
momento solo se han derribado las instalaciones deportivas municipales anejas, construidas
también sobre el solar que ocupaba el antiguo mercado decimonónico, derribado
en los años cincuenta del siglo pasado.
Son
los signos de los tiempos, las Administraciones Públicas piensan en
rentabilizar sus inmuebles e inversiones, y el servicio público, lo público en
general, está demodé, como lo estamos los que lo echamos de menos y nos
indignamos por su destrucción.
Mercado de La Cebada en 1947. Fue construido en 1875 y derribado
en 1956, siendo sustituido por el actual, también en proceso de demolición… pero
ya no habrá mercado.
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