viernes, 5 de abril de 2013

Prieto Picudo


 
 
Cuevas en Pobladura del Valle
 
 
En algún lugar tengo el apellido Prieto, pues mi tatarabuela Luisa – nacida en Saludes de Castroponce en 1840 – así se llamaba. Sé también de otra abuela, Josefa Prieto, que debió nacer a principios del siglo XVIII, supongo que en Barcial del Barco, al menos allí tuvo un hijo, Andrés, del que procedo. Hay quien piensa que también tengo un carácter algo picudo, y esta no es cosa que suela mejorar con los años.

Pero no es de mis ancestros ni de mi carácter de lo que quería hablar hoy, sino de una uva, la Prieto Picudo, y de los claretes que produce y que tradicionalmente han puesto alivio en la vida dura de las gentes de esta tierra. Prieta es esta uva por su color, y lo de picudo supongo que hace referencia a su forma, más tendente al óvalo y al poliedro que a la esfera. El aprecio por este vino hizo que su uva – injertada en pies americanos  -  sobreviviese a la filoxera que llegó a la zona hacia 1890. He oído hablar de pies autóctonos que se hicieron resistentes a la plaga, pero esto no es algo que me conste.

No voy a entrar a dirimir las confusas distinciones entre claretes y rosados, allá los entendidos. Para mí, y para muchos que estamos a este lado del mostrador, seguirán siendo claretes los que siempre lo han sido, con independencia de lo que regulaciones poco claras – al menos para los profanos - obliguen a poner en la botella. Cada paisano ha dado siempre a su vino el grado de color que le gustaba, regulando el tiempo de contacto de los hollejos con el mosto. Será el posterior madreo  -  la adicción de uva sin exprimir durante la fermentación  -  lo que termine de definir a este vino con la presencia sutil del anhídrido carbónico, fruto de segundas fermentaciones parciales en el fruto entero.

En el sabor de esta tierra hay, a mi criterio, dos pilares: el recio pimentón traído de La Vera y el picorcillo suave, alegre y chispeante del clarete de Prieto Picudo. En unas sopas de ajo y un vaso de vino recién traído de la cueva, están el sabor y el color del país de mis abuelos. El pimentón se ha ido dulcificando con el tiempo; los estómagos de nuestros días, no “enseñados,” no resistirían el picor de los chorizos de mi infancia. El vino ha mejorado muchísimo; y no solo en los procesos industriales, también el paisanaje ha ido introduciendo cambios en el método ancestral, y se ha producido una sorprendente mejora de los vinos artesanales. Es de resaltar la preocupante venta  libre de  compuestos químicos para la elaboración y conservación del vino; pero en este capítulo tendríamos que incluir también los herbicidas, insecticidas, fungicidas, abonos y demás productos que han multiplicado la producción de las cosechas, sí, pero que también nos envenenan, y  son vendidos sin control a personas incapaces de interpretar las dosis de aplicación. Esto se traduce, por ejemplo, en la contaminación de los acuíferos destinados al consumo humano, en lo que mucho se nos oculta. Cuántas veces he visto con horror a una anciana, que cuida su casa con primor, regando el patio con un herbicida que le han recomendado, “bien cargado,” para que no salgan las hierbas primaverales, que solo podrían eliminarse con jornales de azadón que su pensión no puede pagar, ni hay quien lo quiera hacer.

Los mostos producidos en los lagares por pisado y posterior prensado con la viga de negrillo, fermentados en lo profundo de las cuevas en barricas de madera apenas higienizadas con la quema del azufre, daban lugar a vinos inestables, ricos y vivaces para consumir en la bodega o inmediatamente en las casas, pero que era imposible transportar y por tanto comercializar.

Hoy en día el Prieto Picudo ha perdido presencia en la comarca que ahora llaman Benavente y los Valles. Me entristecí el primer día en que al pedir un vino en una taberna de Benavente  me preguntaron, con la misma cantinela tonta que se ha hecho común en Madrid: ¿Rioja o Ribera? Me salieron los picos del carácter y contesté que no, que no quería ninguno de los dos. Valdevimbre y Los Oteros se han hecho con la propiedad del Prieto Picudo. Lo han hecho bien y los demás se han callado, por lo que no tengo yo nada que decir. Y allí voy a comprar el que considero más parecido al tradicional, el Tres Palomares, de la bodega Nicolás Rey e Hijos, en el mismo Valdevimbre.

Desde hace unos años los bodegueros están empeñados en la tarea de promocionar el tinto de Prieto Picudo. Quizás sea porque en los grandes mercados sea más fácil la venta de tintos que de claretes. Los resultados cada día son mejores, pero no puedo por menos de pensar que este es un camino hacia algo que ya tenemos: el Tempranillo, Tinto Fino o Tinta Madrid, como también se le llama por estas tierras, ignoro por qué razón. A lo largo del tiempo el hombre ha dado con lo mejor que se podía hacer con el Prieto Picudo: los estupendos claretes de madreo.

Espero que por muchos años, en octubre, sigamos en estos pueblos escuchando la inquieta pregunta de los paisanos: ¿te hierve ya el vino? Y que el olor de los hollejos, al sacarlos de las cuevas, siga impregnando el aire en el entorno de las bodegas.

 

¡Salud!

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